jueves, 7 de junio de 2012

The bad in each other...

Después de la estética.
Sentada frente a un espejo sin marco, Aracely separaba uno a uno mis cabellos.
Su raíz, negra de nacimiento, estaba a punto de ser matizada. "Que nuestra verdad no alcance a los ojos de los extraños" Me dije con la mirada, pidiendo a "chely" acabar con mi castaña revelación.

Ante el reflejo de lo real, no sólo se asomaba mi cabello café y opaco, también algo de canas, invisibles para la audiencia, a quien enfermamente siempre trato de complacer. También la verdadera razón de un llanto bien escondido quería saltarse la reja de unos párpados bien apretados.

-"¿Qué te pasa?"
-"¿Qué te importa?", habría dicho si no se tratara de alguien a quien le debo el favor de hacerme ver fabulosa cuando más hundida me siento.

-"Varias cosas, pero no hablemos de eso aquí, algún día, con café en mano, platicamos"... Sabía a bien, al concertar esa cita, que ella nunca llegaría, que la verdad se mantendría escondida detrás de mis labios, ahí adentro de mi boca, donde los dientes hacen de excelentes guardias. Una mordida en la lengua no es cosa menor.

El cepillo se iba llenando de cabellos sueltos arrancando pensamientos a su paso, sacándolos por los poros de un cuero capilar bastante reseco, casi muerto. "Si me sacan todo, quedaré pelona, nadie quiere a las pelonas, ni Diego Rivera quiso a Frida, ni los esposos a los estragos de una quimioterapia".

Chely, déjame cabello, deja mis mentiras ahí, donde todos las vean.

He fumado más que de costumbre. Tuve que hacerle frente a dos muertes seguidas: la de mi abuelo y la de un amor platónico, que no por platónico fue inmortal. Quizá es que trato de matar mis pulmones, así no grito, ni suspirar podría.

Como una broma, mi hermano de mano del destino, dejaron sobre la mesa un libro de cartas entre Jack Kerouac y Allen Ginsberg. Dos locos amando el mundo, amando el único mundo que concibieron honesto, real: el mundo que ellos dos se crearon.

Entre el olor a peróxido y  la plática de dos cuarentonas recién pintadas, mi mente se escabullía, había que no poner atención en aquello que es importante, y pasaba de página en página, buscando algo que no quería encontrar y para no encontrarlo, fue necesario que en un instante, todos los esfuerzos de la maestra Rosita se fueran por la cañería de la estética, y haber desaprendido cómo es posible leer.
De a poquito, las letras fueron entrando y entonces me perdí entre misivas de dos personajes que se odian y aman tanto como yo a mí misma.

"A woman can be proud and stiff (love is physical) / When on love intent, / but love has pitched his mansion / In the place of excrement"


Me detuve, miré al espejo, y con la libertad de encuerar mis ojos frente a un reflejo desatendido por extraños, leí y releí hasta que las palabras de Ginsberg se guardaron en mi cerebro, protegidas por un cabello ahora ya difícil de arrancar.
¿Qué es el amor y cuando llega la entrega?, ¿Qué es la entrega y cuándo se va el amor?
¿Es posible que una subsista sin la otra? y si lo hace, ¿será protegida por los barrotes del recuerdo? Barrotes de oro, jaula preciosa, guardando cagada. Hay más rubíes fuera que adentro, ¿es así?

No puedo dejar de leer, pero tampoco de escuchar las estupideces que dos mujeres doblemente embarazadas tienen que decirle a su estilista sobre asuntos mundanos. ¿Pretenden o así de simple es su vida?. Sé que en el momento en que yo abra la boca, las dos quedarán calladas, pero ese silencio no es el que necesito para leer.
Me grito todo el tiempo, me grito por dentro, y esta vez, los aullidos de mi alma se combinaban con un par de alaridos pre-menopáusicos. El desorden fue insoportable,

"¡Que alguien las calle, que alguien me calle!"
Es por eso que el suicido llama tanto la atención de quien no quiere escucharse. En el fin, el sonido se pierde, sus ondas no pueden rebotar en la nada.
Pero entonces la distracción también es suicidio, o al menos un attempt de este.
Saco otro cigarro de su caja, y en el hueco que va dejando, meto mis reflexiones como si fueran planos dentro de un tubo de arquitectos.

"Tengo calor, ya lávame la cabeza por favor". Y en eso que se me refresca la memoria.
"Dios mío, acaba con mis raíces, dios mío acaba con lo que me enraíza"- La única que escucha es Chely y aplica el colorante. Adiós castaña, adiós realidad.

-"¿Ya vas a querer que te haga toda rubia?" - pregunta Aracely ante mi decisión de años de permanecer bicolor.
-"No, aún no".- Contesto.

De alguna manera tengo miedo, no todo puede ser mentira. No puedo ir mintiendo enteramente. ¿o sí?
¿Será esa la manera de tener una vida sencilla como la de las dos pre menopáusicas? Quizá, si tiño mi cabello, entre tanto químico se me mueran las verdades, las reflexiones, las pendejadas que me hacen fumar más y más a diario, la promesa de una muerte, como un suicidio asistido por Camel Light.

"Dios, me arde el cráneo y no sé si sea por el tinte o por lo ácido de estas verdades que ya no puedo ocultar". La razón del por qué nos duele se puede ocultar, pero por desgracia la razón es sentimiento y en su mismo nombre lleva la condena de sentirlo eternamente. Lo que se siente no se oculta ante uno mismo, porque vive en cada uno de nuestros sentidos, motivado por un cerebro lleno de lóbulos que saben hacer su trabajo: Ven, recuérda, una puñalada por aquí, otra por allá, estás lista para emprender el llanto.

"No me seques el cabello, así estoy bien".
Es inconcebible para un estilista no terminar su trabajo con un buen secado, sería como un vestido sin forro, zapatos sin suela o pantaletas sin la telita de algodón justo donde reposan los labios de una vagina.

Pero así me marcho, así me subo al auto y así me coloco las gafas de sol, Dolce & Gabanna, que mi madre recibió como regalo de mi padre. Y es entonces que ahí, detrás de un artefacto de amor paternal, me voy llorando hasta casa. Me gotea el pelo, me gotean las pestañas y unos ojos hinchados que no encuentran barrera suficientemente negra para volverse ciegos.

Cierro los ojos, se me olvida que sigo conduciendo una máquina que traga gasolina.
Uso sus llantas como piernas y me desplazo hasta el único lugar seguro que conozco: mi habitación. El enclave de mi ser dentro del reino de mis padres.

Adios raíces castañas, ojalá fuera así de sencillo teñir las raíces de un sentimiento. Las mías serían rosas, el color del llanto puede ser cualquiera, menos rosa.
No more roots.

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