sábado, 22 de octubre de 2011

How come you never think of that?


Es el tercer whiskey que me pongo sola.
Tengo un pequeño espacio, alejado de todos, no es una casa, la casa es de quien la trabaja y yo trabajo no tengo.
Siento cómo el alcohol se me mete entre la lengua y los dientes, entre lo que digo y lo que muerdo. "Nadie sabe bien a bien", pienso porque nadie me conoce realmente. Y comienzo a deducir que este blog es mi diario cibernético. Yo tomando y confesando. Nadie de la gente que conozco, personalmente, está conectado; y sin embargo, me hablan, todos esos que sólo han visto mis fotos. No saben quién soy, ni a qué le temo, ni qué me gusta... creen que saben y yo creo que creen que saben.

Me gusta escuchar música, y aunque esté en un idioma que comprendo, me obligo a no escuchar la letra, así, es mucho más fácil seguir la melodía e imaginar que dice lo que yo quiero que diga. Éso me gusta escuchar mientras escribo: canciones cuyas letras son cambiadas dentro de mi mente y dicen lo que yo no digo mientras escribo otra cosa.

Intercalo el agua contra el Ballantines, compramos esa botella mi novio y yo, pero me la tomo en un grupo de unidades. No hay decenas amorosas for me.
Constantemente pienso en cómo se siente morir de amor, aunque sea éste quien me mantenga más viva que nunca.
Me gusta pensar en cómo creía que sería la mejor forma de desaparecer. Me gusta pensar en ese beso que quise olvidar, y en las palabras que quise que jamás fueran dichas.
Pienso que la parte más dolorosa de un corazón roto, es recoger las piezas... Porque las recoge uno, solo. Nadie es testigo de en cuántas piezas se rompió; nadie ve la trampa que hace el que quiere sobrevivir: pegar piezas, forzándolas a entrar, aunque falten algunas, uno se hace dela vista gorda.

Y la parte más triste del corazón roto viene cuando uno se da cuenta de que, por más que uno intente, por más que uno force las piezas, pedacitos se perdieron, y esos pedacitos que podemos llamar inocencia, hacen faltas para tenr un corazón completo... Sin embargo esas piezas no se encuentran, nunca más.

Me gusta escribir mientras escucho música, mientras tomo alcohol. A veces pienso que nadie sabe que soy una suerte de Hemingway mexicana y en mujer, nadie sabe cuánto sufro y cuánto me gusta sufrir, no se nota y yo, con kilos de maquillaje y ropa rara, hago que no se note. Pero la verdad es que yo soy eso, soy un puñado de lágrimas que se vuelven tinta, o mecanismo para teclado computil... soy una mujer que sufre y que le gusta, porque le gusta el resultado del sufrimiento.
Éso soy yo. Una heroína propia, porque a mi gusto he aguantado mucho.
Mi escape siempre han sido las letras y las letras siempre se me han escapado, escribiendo cosas de las cuales luego me arrepiento, como seguramente será ésto; pero ahora, con alcohol en las venas, qué importa... Escuchándo Feist, qué importa, escuchándo que qué importa que importen las cosas, qué importa....
Eso soy yo, un manojo de llanto que escribe y que dice qué siente y que sabe que nadie podría decir lo que siento mejor que yo con un vaso de whiskey y un trago de valentía.

Los hielos de mi vaso parece que no flotan más. Casi me he terminado la botella. Pienso en las veces que he vivido lejos y las veces que he querido estar cerca. Pienso en mí y en los de afuera... Pienso en la desnudez y en la ropa, que me ha dado nombre. Pienso que es estúpido cubrirse, sobretodo cuando pienso que lo de más validez es que la quieran a uno por sus llantas. "querer lo fácil es demasiado fácil"... recuerdo que lo leí.

Seguramente ésto no merece una entrada en blog,y por eso pienso que se ha vuelto mi diario. Pero qué diablos, eso soy yo, la mujer que está tan borracha como para corregir su escritura, pero no lo suficiente como para irse a dormir.

A mi me gusta escuchar canciones cuya melodía me hacen pensar en letras que jamás fueron escritas, porque yo estuve muy ocupada llorando por la razón que me habría hecho escribirlas.

Sirvo lo último de mi botella y veo toda mi colección de sombreros sobre la cama. Pienso en los días en los que compré aquel sombrero de terciopleo verde. enciendo mi último cigarro, me he acabado una cajetilla... Y pienso, los cigarros son al escritor lo que los acordes son al músico...

Si todos nos dejáramos ver cómo somos, si todos tuvieran un diario público y viéramos lo que son capaces de escribir con alcohol y cigarros... Nuestras relaciones serían más honestas.
Hay que despojarse de los escudos para decir, eso soy yo.

Eso soy  yo, música a la cual poderle poner letra, cigarros, y poses en una cámara que tiene miedo de que fotografíen lo que soy: una mujer que tiene tanto miedo que cuando tiembla parece que baila twist.

viernes, 21 de octubre de 2011

Culpable.



No hay razón aparente para que yo  no desee el matrimonio. Mis padres siguen juntos, después de 30 años y en mi familia inmediata, no existen huellas del devastamiento que deja un divorcio, ni en hijos que son mis primos, ni en adultos que son mis tíos.
Pareciera que todo está en orden, más no es así.
Soy una mujer de 29 años que no tiene planes de casarse en el corto o mediano plazo. No tiene planes, pero no estoy segura si no lo deseo, aunque mi padre crea lo contrario.
A los 16 años, durante una reunión familiar, Javier, mi progenitor, afirmó a forma de pregunta:  "verdad que tú no quieres casarte?" y desde ahí supe que tenía que tener una respuesta al evento de consumar, socialmente, la unidad paradójica de una pareja.

Mentiría si dijera que no me he imaginado vistiendo miles de capas de tul blanco, corona de flores amarillas y un velo de encaje blanco que marcara mi paso sobre el suelo.
Alguna vez miré en una revista un vestido que pensé sería el que utilizaría el día de mi boda. Y aunque no he comulgado desde 1989, pensé que para ese día tendría una hostia posada sobre la lengua y al amor de mi vida en mi flanco derecho. No he conocido a nadie que se aviente el tiro, y tampoco yo me lo aventaría por nadie que conozco. No porque no haya amado profundamente, sino porque tengo miedo... Y no del matrimonio, pues ya he vivido en pareja; sino por el miedo que le tengo al quedar mal frente al señor Principios.

En mi mente, y seguramente en la de alguien más, el casarse es de estúpidos. ¿Quién quiere vivir dentro de un régimen unitario?, ¿Quién quiere decir "sí, acepto" a un montón de reglas impuestas por alguien más en el bien de una familia que aún ni existe?; parece que muchos, y a veces, parece que yo, pero no puedo decirlo en voz alta.

Para todo aquel que aún no lo haya vivido, dormir acompañado es maravilloso.
Escuchar a alguien más respirando al lado de uno es la confirmación de que se sigue vivo.
Despertar con alguien al lado, es el viaje más barato y sencillo a la vida en sociedad. Ahí hay alguien con quien se puede intercambiar las primeras palabras del día; y si ese alguien sigue dormido, se pueden intercambiar los primeros silencios también.
Adornar una casa a partir de los gustos de dos, permite ver a la nobleza desembolverse. "Prefiero el azul sobre el verde"; "Esa lámpara me gustaría más allí"; "habría que esconder el cable de la tele"; "Prefiero tener las plantas en la terraza".... Y así uno cede y el otro toma; el otro cede y uno conquista.

Y aunque no es menester casarse para tener ese tipo de discusiones, parece que yo quiero cumplir con el requisito social, aunque socialmente yo parezca alguien que está en contra. Y lo parece porque lo he dicho abiertamente, y lo he dicho abiertamente porque quiero que lo parezca, porque esa es la mujer moderna, la que no sueña con el vestido y la fiesta protagónica; la que no sueña con abrir una mesa de regalos llena de todos aquellos utensilios y adornos que se permite elegir en una tienda departamental, sin importar el precio, sobretodo porque una no es quien los paga.

Hoy "tuve" que negar mis aspiraciones mundanas frente a mi padre. Y "tuve" que hacerlo, porque tengo una reputación que cuidar delante de mi progenitor: "Triunfaste papá, no tienes una hija ordinaria, tienes una hija inteligente". Como si fuese estúpido soñar con tener algo que socialmente está permitido tener o al menos soñar con...
Así mejor, llego a mi casa, que ahora comparto con ellos, por many things; me pongo un whiskey y escribo sobre lo que me gustaría pero no puedo admitir que deseo.

No he pensado en el compañero ideal para ello, creo que sólo quiero la fiesta. Bien podría casarme conmigo misma, pero no es lo mismo, no creo que la gente me regalaría cosas, además, me hace ilusión bailar el vals, y para ello se necesita de otro.

He amado mucho, pero a ninguno de mis depositarios de amor les he contado mi secreto.
Ustedes, dos lectores, son los primeros a quien confieso que me gustaría vestirme de capas de tela, parecer princesa. Comer lo que yo elija que comamos, bailar lo que yo elija que bailemos, vivir con quien yo elija despertar todas las mañanas, haciendo un contrato público y social.

Confieso que me siento culpable por desearlo y que espero que con el tiempo el deseo desaparezca.
Porque por desgracia, en esta sociedad, para ser una triunfadora, una tiene que renunciar a los cánones femeninos, a los roles adscritos, a ser ama de casa, para ser ama de la vida propia.
Por eso, a mis casi treinta años, me pinto el pelo para parecer más joven y río y tomo sola, y escribo en las noches, mientras nadie me espera en la cama. Porque quiero tanto no ser convencional, que amar se vuelve un obstáculo, o al menos así me lo parece.

Poco a poco iré viendo como mis antiguas parejas caen rendidas ante el sueño que me he resistido a soñar. Y así, quizá, me iré arrepintiendo de no hacerlo público.

Parece que más que los principios, los temores son los que nos rigen, sobretodo mientras más adultos nos volvemos.
Ojalá que en diez años, mire atrás y sea porque haya ido muy por delante de mis expectativas.