domingo, 13 de noviembre de 2011

Not on the floor, not anymore....

Yo con la Tani que regresó un 10/10/10, en el aeropuerto de Houston. Y mis aves disecadas.

Hace poco más de un año regresé a mi pueblo con 7 maletas llenas de vergüenza. Creí haber fracasado, fracasado en todo: no tenía casa, mi pareja y yo habíamos huido uno del otro; no tenía trabajo y quienes creí eran mis amigos, había tomado rumbos distintos a los que yo habría elegido seguir.

Regresé con 3 kilos de menos, pero un sobre equipaje que la aerolínea no me perdonó. Cabizbaja, caminé por el pórtico de mis padres: tres escalones que pusieron a prueba mi fuerza: con dos maletas en cada mano, un par de pájaros disecados y un abrigo de piel sobre los hombros, llegué a la puerta que no había tocado durante años. No lo sabía, pero estaba a punto de entrar al mundo más oscuro en el que mis ojos han estado.

Vinieron de todas partes de la ciudad para decirme: "bienvenida", yo quería salir huyendo. No quería ver a nadie, quería enterrarme entre las sábanas prestadas por la cama de alguno de mis hermanos, y llorar hasta que los ojos se me salieran de sus cuencas. Es difícil irse, pero lo es más aún regresar.

Encontré a la razón de mi escape en todos lados. En las fotos de mi antiguo novio aparecía la sombra de quien más recientemente me había roto el corazón.
Tenía días sin tomar, mi tío sugirió abrir una botella de Möet que había reposado en el refrigerador de mis padres desde el día de mi graduación, y aquella noche entonces había olvidado sacar, ya estaba yo bastante tomada y feliz como para pensar en bebidas caras y botellas de renombre.

La abrieron y bebimos: "Por Tani, que regresa", "Por Tani", todos respondieron. Quise llorar, quise haber dicho "Por Tani, que se va tan pronto como pase la primer noche en México". Pero no lo hice, dije "salud" y bebí tan rápido como pude.

Poco a poco, mis invitados (a quiénes yo no invité), se fueron yendo, poco a poco hubo menos carros fuera de casa, y poco a poco me fui quedando tan sola como me sentía.
Todos hablaban mi idioma, y aún así, nadie me entendía.

Recuerdo mi primer encuentro conmigo misma en estas tierras: Agarré mi abrigo de piel, pensando que afuera haría frío. Salí y me senté en el segundo escalón, que momento antes me había hecho sufrir. Saqué mis cigarrillo de la bolsa y encendí uno con el fuego del recuerdo canadiense.

Eran las tres de la mañana, y sólo la una para mí. Me atormenté pensando en qué estaría yo haciendo en ese momento "back there". Había varios escenarios, uno y el más probable, es que debido a mi reciente soltería, estaría acostada sobre el sofá de mi sala de estar, huyendo a la cama que compartía con quien era el hombre de mis sueños y pesadillas.
¿De verdad era mejor estar llorando solitariamente, dentro de un cuarto, en un edificio donde nadie podía pronunciar "guadalajara"? No lo sé, pero  al menos ese era mi escenario conocido, y allá, yo sólo había fracaso en el amor, no en todo lo demás, como aquí.

Saqué mi teléfono móvil. No tenía señal, pero si un montón de mensajes guardados de un amor que ya no existía, o que al menos eso creía yo en ese momento. Lo tomé con ambas manos, dejando el cigarro sostenido entre mis labios, mis párpados trataban de sortear el humo penetrante y enchiloso del alquitrán. Me levanté del suelo, aventé los recuerdos móviles al piso, y con mi par de botas Hunter lo aplasté. Logré "crashear" la pantalla del teléfono, me sería imposible ver aquellas palabras de amor, aunque lo deseará con el alma. Y así me quedé feliz, creí haberme liberado de él y de sus caricias, de sus besos, de los recuerdos y de su mirada y aliento a whiskey. No fue así, pude liberarme de todo eso, es verdad, pero todo eso no tenía sentido por sí sólo... Tenía sentido porque lo amaba, y de ese amor no me pude despojar, ni con el tiempo, ni con los nuevos, ni con los besos fortuitos y forzados con desconocidos, ni con la nueva casa ni la nueva vida... No pude, y sigo sin poder.

Llegaba la noche, y me atormentaba pensando en qué bocas estaría besando mi recuerdo amado. Quise contrarrestarlo besando a otras, por mi parte. No se puede disfrutar un beso cuando éste nace desde de la ira y la venganza. Ninguna de las bocas que probé me supo a tranquilidad. Todas y cada uno de ellas me hacían pensar en los únicos labios que quería tocar. En las tardes en el parque, en las cervezas compartidas, en las llegadas a casa y las cenas para dos. En los abrazos y las sábanas, en las almohadas manchadas, en nuestro pequeño patio y nuestras puestas de sol. En el frío, en sus manos y sus ojos, en lo cristalino de sus ojos.

Pasaron 7 meses, y francamente no sé cómo pude pasarlos. Era como entrar a una casa del terror, y mantener los ojos cerrados todo el trayecto, hasta que se sabe que se está llegando al final... Sólo que en mi caso, yo no sabía que el final estaba próximo.

Y mientras tanto, aprendí a tomar mezcal, a salir de noche sin acompañante en mi brazo, a despertar sin que nadie me llamara; aprendí a llegar a casa sola, y a tener una cama del mismo tamaño y no perderme entre cojines y esperanzas. Aprendí a no hablar más de él, porque quita atractivo unos ojos llorosos. Aprendí a tomar como si no hubiera mañana, a bailar aún cuando lo único que deseaba era dejar de existir. Aprendí qué tan hondo llega el dolor, y que a veces hace falta cuerpo para poder sentirlo enteramente.
Pero también aprendí a verlo en todos lados; a sentir que cada canción hablaba de él y no de otros, aunque mis amigas dijeran lo contrario. Aprendí a compararlo con todos los hombres y aprendí que él siempre ganaba. Aprendí a esconder sus fotos y a engañar a mi mente, para que no pudiera encontrarlas.
Aprendí a estar sola y aprendí a quedarme así.
Y justo cuando aprendía a tenerlo todo bajo control, llegó él. Vino por lo que quedaba de mí, y aún le parecía suficiente. "Te amo y no puedo estar separado de tí"
Yo tampoco podía estar separada de tí, pero aprendí a vivir sin el poder de hacerlo, qué te crees para volver y revolver?
Y todo lo que había alcanzado en esos meses, lo tiré al caño; lo tiré al retrete y jalé la palanca, "te ví irte!, presencié tu partida!" No hay nada que haga enojar más a un corazón dolido, que el decirle: "ahora todo está bien, ya llegué". Qué grosería, qué falta de respeto a los sentimientos más terribles que he tenido!

Me resistí a la idea. Tuve miedo, pero fue entonces que probé de nuevo sus labios. Seguían sabiendo a whiskey, tenía aún un cigarro al lado, y la llovizna sobre su chamarra de piel negra.
Así como lo dejé de ver, así volvió a mí.

Hoy celebro 7 meses de no haberle olvidado y 3 años de estar con él. Hoy celebro su regreso, pero tengo mis resguardos, algunas de las fotos que guardé aún no las he sacado, por si decide irse, por si decido irme, por si las cosas no van bien, o por si las cosas van tan bien que parecen mentira.

Ya subí los tres kilos que había perdido, tres kilos de amor que había dejado en el back alley de mi apartamento que él se trajo en la maleta el día que volvió a nuestro pueblo.

Y desde entonces, puedo decir, finalmente he abierto los ojos, y aquella casa del terror, no era más que la vida misma, y no se puede vivir en la ceguera, a menos que se decida ir muriendo poco a poco.

Ya no puede volver con la intención de levantarme, porque para ello, necesita que yo siga en el suelo, y yo, mis queridos lectores, hace mucho que estoy flotando.

Regalarse flores a uno mismo es amarse.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Don't close the bathroom's door.


Tenía doce años. Me dí el primer beso apretada entre el cancel del vecino y los labios de Oswaldo.
Descubrí que amar y mostrarlo, no era tan bien visto por la sociedad del barrio: Una señora nos vio, y a pesar de que llevaba la leche para la cena, decidió hacer esperar a su esposo e hijos, con tal de tocar el timbre del interior 4, en alcázar 1545, para decirle a mi madre, que su hijita, estaba dando un espectáculo justo a la vuelva de la esquina, literalmente.

Estuvimos juntos dos veranos, 12 meses para ser exactos. Durante el medio tiempo de los múltiples partidos de fútbol callejero, le dí toda la saliva que una niña en la pre adolescencia puede acumular. Creí estar enamorada, creí y viví en el amor con Oswaldo, con su figura imaginaria, no con él.
Me despertaba y pensaba en él. Iaa a la escuela y mis oraciones durante la clase de español, comenzaban con su nombre. Era el sujeto predilecto de la niña con mejor calificación del salón. Llegaba de la escuela y corría a quitarme el uniforme. "¿Qué me pongo?", fue la primera vez que me lo pregunté.
Y  mientras yo salía con blusas que robaba del armario de mi madre, Oswaldo salía en shorts y playeras de niño, no del adolescente que yo creía amar.

A Oswaldo no parecía importarle que mi cuello oliera a "Poison" de Dior. No parecía importarle que ms shorts fueran tan cortos ni que trajera una blusa como la que "Kelly" de Beverly Hills 90210, usó en su último episodio. A Oswaldo no le importaba nada más que intercambiar saliva. Mientras que a mí me importaba todo menos eso.
Le dije que lo amaba, le escribí "Te amo" en una servilleta, cuyos relieves en forma de flor hicieron que mi letra perdiera la uniformidad que una hoja de papel bond brinda.
Y desde ahí, no he parado de decirlo, escribirlo, en todo tipo de texturas, desde cortezas de árbol hasta piel, incluso lo he escrito en sangre sobre mis muñecas, una costra que pudiera ser considerada arte contemporáneo.

Oswaldo y yo nos distanciamos, literalmente. A mi papá le comenzó a ir mejor en el trabajo, y decidió sacarnos de ese guetto. En diciembre de 1993, contrató una mudanza. Me rehusé a guardar mis cosas en cajas, no como mis hermanos. Me negué a guardar mi vida y llevármela lejos de Oswaldo. Entonces mi madre lo hizo por mí.
Tomó la poca ropa que tenía, mis juguetes y dibujos, los guardó en un montón de ataúdes cartoneros y los subió al camión que contrataron.
Mientras tanto yo esperaba a Oswaldo en la misma banca de siempre, usando los mismos shorts, las mismas botas mineras que mis padres me había comprado en un viaje a León Guanajuato.
Esperé a Oswaldo, y las primeras lágrimas que he llorado por desamor salieron a la luz. No sabía qué hacer con ellas, y así, sin más, las recogí con mis dedos, con las yemitas de mis dedos, y me las llevé a la boca. Podrá sonar muy poético, pero juro por dios que así fue.

Estaba por tragármelas cuando veo a Oswaldo salir de su edificio. No traía puesto shorts ni playeras con motivos caricaturescos sobre el pecho. Su madre lo había vestido: pantalones negros, camisa a rayas, bañado en perfume... Así  me dijo adiós y así por primera vez alguien me dijo "Te amo".
Lo abracé tan fuerte que quise meterlo en una de las cajas que mi madre había preparado con toda mi historia.
Así comenzó mi primer historia de amor negado, inexistente, imposible.
Oswaldo me prometía tomar el camión todos los días después de la escuela e ir a visitarme, a pesar de los 30 minutos de viaje que ello significaría. Quise creerle, pero la verdad es que no lo hice. Nunca le creí, y aún así todas las tardes lloraba porque él no era quien tocaba a la puerta.

Lo esperé durante meses, más no dejé de verlo.
Quien se aventuraba en un viaje de media hora durante las tardes era mi padre. Si lo acompañaba a su trabajo, después de comer, me llevaba a verle.
Y así, durante un mes, religiosamente, terminaba la tarea y me subía a la camioneta de mi progenitor, porque ésta me llevaría a mi entonces, amado.
Llegábamos, se estacionaba en el lugar de siempre, y ahí, esperábamos a que el medio tiempo del partido de futbol llegara.
Abría la puerta, y una sensación de miedo me inundaba.
Estaba a punto de bajarme a una jungla llena de niños futboleros que no entendían de amor, ni siquiera mi amado.

Una tarde, antes de llegar a mi visita, mi papá me llevó a una librería donde compré el primer libro que leí por gusto: "Cumbres Borrascosas", un libro algo complejo para un niño de 13 años. No para mí, que había aprendido a amar con Oswaldo, un niño al que le faltaba mucho por aprender. A veces, los mejores maestros de la vida son los más ignorantes de ella.

Después de tres capítulos leídos, partimos mi padre y yo a visitar a mi "novio".
Llegué, no había partido de fútbol. No había niños en la calle, sólo Oswaldo sentado en la banca donde yo lo había esperado por última vez como su vecina.

-Hola.
-Hola.

Y su cara me parecía extraña.
sus manos me abrazaron, pero no las pude reconocer.
Su boca dijo "te extraño" y sólo avivó mis sospechas: ya no lo quería.

¿Por qué?, ¿Por qué entonces al llegar a mi casa le seguí llorando?
No supe entonces, y creo no tener la respuesta aún.
Me enamoré, entonces, de lo que él significaba en ese momento, y  mientras él se sentaba en esa banca y yo compraba ese libro, el momento terminó. Poco a poco me fui dando cuenta, que el amor que traía dentro no se acababa, porque es el mismo que he tenido para otros, desde entonces, unos 13 hombres más.
Pero ya no estaba dirigido a él.
Así es el amor, éste no se acaba, se acaba la persona amada.

El amor, el sentimiento, se queda con nosotros siempre. Lo que cambia es la dirección en la que se envía.
Mientras uno más crece, la dirección es hacia uno mismo, no hacia otros.
en aquel entonces, lo dirigí todo a él, tanto y tan intensamente que pronto alcanzó la meta.
"Ya llegué" me dijo el amor, "ya me voy" decidió él mismo.

Nunca volví a hablar con él. Mi padre fue el único en preguntar por qué ya no íbamos más hacía la antigua casa a visitarlo. Yo sólo respondí que no era necesario. Y no lo era porque mi amor ya lo había redireccionado hacia un "hombre" de 15 años que vivía por nuestro nuevo barrio.