domingo, 22 de enero de 2012

La felicidad llega por fin un Domingo.

Si la eternidad comienza por fin un Lunes, como diría el fallecido escritor cubano, Eliseo Alberto, para esta mujer de 50 kilogramos, la felicidad se experimentó un domingo.
Yo, emulando la época en el que quise vivir.


Me recosté en el reposet de mis padres y vi televisión hasta que los ojos me rogaron "déjanos cerrar la cortina".
Besé  a mi hermana menor y a mi madre en sus respectivas mejillas. Cargando mi bolsa, reboso y demás pertenencias, tomé un vaso de cristal cortado y me serví un poco de Cognac.
Jamás lo había probado antes. Siempre pensé que se trataba de una bebida de señor, político de traje gris o escritor de los años 40. Pero la verdad es que el aroma pertenece a una mujer de tacones negros y  bajos, falda azul con líneas rosas que cubren celosamente las rodillas. Y tiene sobre los hombros la protección de un zorro muerto. Sus labios son rojos y su cabello se recoge en rulos.

Haciendo homenaje al libro que recién terminé, decidí probar el elixir dorado, del que tanto habla Mister Francis Scott Fitzgerald en su novela: Tender is the night (suave es la noche).

Cerraría el domingo justo como Dick Diver lo haría. Escuchando a Vera Lynn, fumando tabaco y escribiendo  lo que sale de mis poros y ojos cansados.
Esta vez, la melancolía es positiva. Siento nostalgia por cosas que ni siquiera viví; y mientras el cognac hace arder mi cerebro y me llena de perfume las yemas de los dedos, decido que este domingo lo almacenaré en una barrica de roble en mi memoria.

Cuando pasen los días o los años, o los amantes y las amistades. Mientras se sigan sellando páginas en mi pasaporte y me acabe botellas de champú, mientras necesite calcetines nuevos y alguien descubra planetas nuevos; mientras me pase la vida ahí a mí lado, por delante, por atrás y a través de mi cuerpo, ahí en la cava de los buenos momentos, tendré uno para brindar por los días tristes.

Por eso el Cognac desvirgina mi garganta. Y con cada trago las muecas se vuelven más sutiles. Lo que quema ya no quema tanto.
Aquí, en mi cuarto que es un bosque, me imagino con los grandes, con los únicos que creí mis amigos. Con los que vivieron antes que yo, y gracias a dios que lo hicieron, porque así pude encontrarme sus obras en los estantes de mi abuelo, de mi casa o la librería.
Siento que conozco a los surrealistas porque yo también creo que mis piernas son de rubíes y mi olor es el de un libro viejo, amarillo, avainillado.

Me sentía solitaria, no precisamente sola. Y fue cuando compartí el bagel con dos mujeres increíbles que me dí cuenta: no somos los únicos tristes. En algún lugar del mundo, hay un lago gigantesco, es un lago de agua salada. Ahí se depositan las lágrimas de todos los humanos que lloramos al mismo tiempo, en locaciones distintas y por distintos temas.
Esta tarde, no sabría dar coordenadas exactas, vi a otras que también han arrojado desconsuelo líquido a goteo.
Cognac, cigs, hairdo... Sunday is a lovely day.


No unimos llanto, pero sí unimos risas.
Así como Marcel Duchamp se unió en Paris con Breton y Max Ernst; Leonora Carrington y Man Ray where there too.
Ese fue mi sueño, estar en esas reuniones, incluso Dalí estaba presente, aunque ya no lo quisieran tanto, me permitían conocerlo.
Hoy, este domingo, una escritora, una artista plástica, su perro y yo, fuimos a llenarnos el trasero de cadavéricos pastos amarillos, sólo para sentir que no somos las únicas, que aquello viene de un sentimiento casi narcisista, donde nadie sabe criticar la vida tanto o tan bien como nosotros mismos.

Y comprendí por qué tuve que dejar atrás a viejos amigos, simplemente no sintonizábamos anymore.
estoy cansada.
En aquel momento hacíamos un equipo con un fin compartido; hoy, sintiéndome soldado sin cuartel, descubrí que hay muchos soldados afuera, soldaderas, refugiadas en trincheras personales, cerca del lago de la tristeza colectiva. Juntas, salimos a mirar las lágrimas acumuladas, y al rededor del agua reímos pensando que de nuevo tenemos un batallón.

He bebido el último trago de Cognac, y mis ojos no pueden más. Este post no es lo que suelo escribir, pero pensé que era justo y necesario hacer pública mi felicidad, tanto como hago pública mi desdicha. Porque ambas soy yo y ambas son el mundo, somos todos: chocolate blanco y negro; vino blanco y tinto; pan blanco o integral... Con hielo o sin hielo, todos sufrimos y todos reímos y tanto las carcajadas que expulsan emoción del cuerpo, como el suspiro que profundiza en el pecho y extrae el llanto, son dignas de ver la luz del día, la luz de la luna y posarse en el lago de los llantos internacionales.

Encontré mi Paris de los años veinte, treinta y cuarenta en el parque metropolitano de la ciudad de guadalajara Jalisco México.

jueves, 12 de enero de 2012

"Seulette suy et seulette vueil estr"

"Solita estoy y solita quiero estar" Dijo la atrevidísima Cristina de Pisa en el siglo XV.
Gracias a muchas de sus poesías, se le considera la primer mujer que usó la pluma para reclamar los roles que las mujeres teníamos que jugar.

Libérense.


Hoy, siglos después, esta mujer podría ver cómo las damas hemos avanzado en el reclamo de derechos.
Si hemos tenido más reconocimiento básicamente se debe a que nosotras nos hemos ido reconociendo primero.

¿Por qué quiero hablar de ésto? No soy feminista, y contrario a lo que algunos de mis lectores (varones supongo), me han hecho saber a través de correos electrónicos: no, este blog no está dedicado a la Misandria.

Yo no odio a los hombres, los amo.
 A las que aveces no quiero tanto es a las mismas mujeres.

No puedo entender por qué, habiendo alcanzado tantos peldaños en la escalera social, nos empeñamos en regresarnos unos cuantos pasos.
De nuevo, no soy feminista. Soy la amante de los estudios de género. Aborrezco la idea de que debido a nuestra vagina o pene, se nos adscriban un catálogo de conductas que la sociedad espera que cumplamos.
Ni la mujer tiene que dar a luz (como si un ser humano no alumbrara por sí solo lo suficiente); ni el hombre tiene que mantener a una familia (ni que fuera el Atlas mitológico, sosteniendo al mundo en calzones).

Pero de verdad, a veces no puedo comprender, como las mujeres más sabias que he conocido, tuercen sus brazos y contonean sus caderas cada vez que un hombre dice: "si te quiero, pero te quiero aquí".
Ojo, a mí me ha pasado, por eso puedo hablar de ello. Sólo basta mirar atrás (para mí) y veo cosas que no quiero repetir.

Las mujeres de mi generación y nacionalidad, nacimos en un país donde el derecho al voto femenino ya era historia, aunque se hubiese publicado en el diario Oficial de la Federación apenas en el años 1953.
Nuestras madres ya tenían credenciales para votar, aunque sin fotografía. Y ejercían ese derecho. Aunque también ejercían el sartén en la mano derecha y los biberones por la izquierda.
No parece que mucho haya cambiado.
Aunque es verdad que cada vez hay más mujeres matriculadas en las Universidades, también es verdad que no todas terminan ejerciendo.

En México y en el mundo, las mujeres somos el único grupo mayoritario que sigue siendo tratado como una minoría. ¡Vaya paradoja!

Y no sólo eso, en el país, durante las últimas elecciones Federales (diputados), las mujeres fuimos quienes más participación tuvimos (51.8% contra 48.2% de hombres), y proporcionalmente, no se aprobaron leyes que demostraran nuestras exigencias. Otra paradoja.

Lo que me llevó a escribir este post fue mi eterno amor a sintonizar estaciones de radio en frecuencia de amplitud modulada, A.K.A "am".
La mayoría de los programas donde la dulce voz de una mujer se escucha hablan de lo mismo:
Cómo hacer para que el hombre que te gusta, te quiera.
Cómo hacer para que no se rose tu bebé.
Cómo hacer para que las arrugas no aparezcan antes de los 30.
Cómo saber si tu esposo/novio te engaña.
Cómo reconquistarlo.
Cómo preparar una comida que vaya directo al estómago de tu amado.
Qué mascarillas son mejores para aparentar menor edad.
En qué se fijan primero los hombres.
Cómo mantenerte delgada para ellos.
Qué decirle a tus hijos para que se coman el brócoli.
Qué químico es el mejor para sacar las manchas.
Cómo descifrar el lenguaje corporal de los hombres.
Cómo seducirlo en la cama.
Cómo alcanzar (por tí misma) el orgasmo.
Cómo descubrir a un "Don Juan".
Cómo maquillarte para que caiga rendido a tus pies.
Qué detergente deja la ropa más suave.
Etc, etc, etc....

A decir verdad, estoy harta.
¿De verdad sólo nos interesa el juego de la seducción y maternidad?, ¿sentirnos queridas y aceptadas por el hombre?. ¿Nuestra meta en la vida es realmente lucir más jóvenes de lo que somos, y llenar a nuestras "amigas" de envidia; tanto así que no compartiríamos el secreto con ellas?
¿De verdad?
¿Eso es lo que queremos, really?
Porque sinceramente yo quiero más.
I'm not cool and you hate me.

Así como Cristina, solita estoy y solita quiero estar. Digo, si tengo un compañero sentimental a quien amo y admiro muchísimo, pero no necesito que él me haga saber que soy especial para sentirme así. No estoy con él porque él me haga sentir bien, sino que gracias a que me siento bien puedo estar con otro ser humano sin querer matarlo.

Escucho los programas dirigidos a hombres y rara vez tocan el tema de cómo seducir mujeres. Si lo hacen, es seguido de un segmento de autos, fútbol o babosadas de esas que también responden a lo adscrito, pero ya habrá un hombre que escriba un blog al respecto. Por mi parte quiero hablar de algo que viví muy cercano a mí.

Una mujer, rebasando los veinticinco. Una mujer que tenía todo lo que una muchacha de esa edad podría desear. Independiente, con trabajo fijo y buen sueldo. Con un cuerpazo (digo, si vamos a hablar de pendejadas importantes); con cientos de seguidores y amigos en Facebook que lo único que querían era una noche, tarde o minutos en un bar con ella; con casa propia y sin deudas;  un buen día, (o uno malo, según como se quiera observar), se enamora.
No juega el "Love Game", como diría Lady Gaga, se entrega por completo, cambia de camiseta y como le queda grande decide engordar. Jajaja no es cierto, pero bueno quería decirlo.
No engorda, se mantiene esbelta, pero deja de lado todo.
Se olvida de que ella existe y se convierte en un brazo extra de su novio. (Es una historia o mejor dicho histeria real. Yo también me he convertido en el brazo de otro hombre, uno que ni siquiera necesitaba pues ya tenía dos).
Se olvida de ella y de pronto lo que a el le gusta es lo que a ella le gusta, aunque jamás lo hubiese sabido antes. Su música favorita se vuelve su favorita; sus palabras se vuelven su jerga y  se peina justo como él se lo exige. Los únicos sueños que ella posee son los que comparte con ese hombre.
¿Dónde quedó ella? Quizá nunca hubo un ella, estaba tan vacía que deseaba que alguien llenara a rellenarle los huecos.
Yo he estado tan desesperada por aprecio y aprobación que me he dejado de lado. Igual que la mayoría de ustedes. Gracias al Dios Freud, he podido recuperarme.

Es tan fácil caer en eso, pero sobretodo entre nosotras las mujeres. Dejarnos de lado porque llega el hombre y él merece el lugar principal.
No estoy hablando de nuestras abuelas, de nuestras madres o tías, estoy hablando de nosotras, de mí generación. La cosecha del 82, una de las mejores.

Lo entrega todo porque todo se le ha dado, pero ¿qué es ese todo?
No estar sola, estar aceptada por ese hombre "único"
Se mamá "porque eso es lo mejor que te puede pasar en la vida"
Discúlpenme, pero para mí, lo mejor que podría pasarme es ser premio Nobel y vivir de escribir todos los días; no cambiar pañales y preocuparme porque las monedas no alcancen para su educación.

Las mujeres, en nuestra mayoría, nos arreglamos para gustar. El espejo nos dice "Sí, yo creo que sí te aceptará" y vamos directo a la pista de baile, donde podamos contonear nuestras caderas y recibir un montón de elogios.
"Yay! nos aceptaron". Qué babosada. Digo, es real, yo la he vivido, pero really?
No te pones la mini falda porque crees que tus piernas son bonitas, sino porque crees que tus piernas son bonitas te pones la minifalda, pues así podrás conquistar a algún hombre que te diga que eres lo máximo y entonces al final te la creas, porque solita no lo puedes creer.
Es cierto que al vivir en sociedad, de alguna manera el humano busca ser aceptado, pero caer de esa manera?

Avanzamos tanto: podemos votar; al menos ante la ley (escrita) somos iguales al hombre; podemos estudiar una carrera y decidir sobre nuestro tiempo reproductivo; podemos usar pantalones y ser jefes en una fábrica; podemos irnos a vivir solas; tener tantos compañeros sexuales como deseemos. Podemos cortarnos el pelo y no usar maquillaje. Podemos decir abiertamente que nuestro color favorito es el azul y ser madres solteras si lo queremos. Podemos fumar en público y hacer el trabajo que antes sólo realizaba un hombre.

Podemos hacer tantas cosas nuevas y queremos seguir haciendo las viejas. Y no sólo eso, juzgamos a las que desean realizar lo recién alcanzado: nunca casarse, no ser madres, tener sexo casual, ser adictas al trabajo; criticar a las que usan maquillaje, a las que no están a la moda, a las gordas que no se cuidan y a las que disfrutan no seguir los estándares de belleza. Reprochamos a las que deciden realizar roles "más masculinos" y nos enoja que alguien diga que no quiere ser madre nunca y que le gusta la solteria.

No es que yo piense que todas deben ligarse las trompas, pero si alguien quiere tener un hijo, si alguien quiere casarse, que lo haga por convicción propia. Afuera hay tantas opciones, no les teman.

No pasa nada si te quedas sola. Si es por el instinto sexual, todas podemos coger, no se necesita novio o marido para ello, pregúntele a los sacerdotes.
No pasa nada si un hombre no te aprueba.
Mi bisabuela decía que una como mujer tenía que elegir entre los que la elegían a uno. ¿Por qué elegir? No es necesario.
Digo, enamorarse está bien lindo, es maravilloso, sobretodo si es correspondido, pero y qué? qué si nunca alguien nos quiere como queremos que nos quieran? para eso estamos nosotras.

Leonora Carrington le dijo una vez a Remedios Varo que para hacer el amor no necesita a ningún hombre, sólo su mano derecha.
Yo la secundo y se la beso.

Si bien en esos programas radiofónicos sólo nos enseñan cómo hacer al hombre desorbitar sexualmente, y cómo complacernos a nosotras mismas (porque el otro no puede), pues para qué quieres al otro? digo al menos en el intercambio de fluidos.

No descifro cómo, ante tantas opciones, nos vamos a las que todas nuestras antepasadas tomaron. ¿Estámos realmente convencidas de que las queremos?

Cuando la gente me dice: "No entiendo por qué no quieres tener hijos, si te llevas tan bien con tus hermanos y tienes una familia tan bonita"
Bueno, la experiencia no es suficiente, puesto que hay gente que decide procrear como si no hubiera mañana y provienen de familias disfuncionales.

Yo sólo creo que una debe hacer lo que una quiere, no lo que la sociedad, tus padres, amigos, hermanos, novio o esposo, espera que una haga.

Si yo hubiera seguido los pasos de mi madre y me hubiera casado con mi primer novio, qué dios me bendiga.
Si yo hubiera seguido los pasos de mi abuela y tuviera ya 4 hijos, qué dios me perdone.
Si yo hubiera seguido los pasos que la sociedad exige a las mujeres de mi edad, qué dios me mate.

Hagan lo que quieran. Que tengan matriz no significa que tengan que usarla.
Que le gusten a uno no significa que te tiene que gustar.
Que estés enamorada no significa que te tengas que renunciar.
Elije!

El amor es hermoso, pero no te tiene que manipular.
Aunque sea una frase muy estúpida que yo odio, hay algo de verdad: Quiérete primero para que puedas querer a alguien.
Si tu amor propio se basa en lo que el muchacho que te gusta diga de tí, amiga estás frita, qué vas a hacer sin él?
De alguna manera ser mujer es como ser joven, hay que ser irreverentes.

P.D.-Por eso amo a Carmen Aristegui, porque ella nunca habla de rosaduras, de marcas de pañales, de cómo gustarle a los hombres ni los pasos que una mujer tiene que seguir.

miércoles, 4 de enero de 2012

Despertando al monstruo.

"Bebo,... para olvidar,... para olvidar que me avergüenzo... me avergüenzo de beber!"

Lo anterior fueron las respuestas que un borracho dio a las preguntas hechas por el Principito al visitar su planeta. "Grown-ups are certainly very, very strange" fue la conclusión de el pequeño cabello dorado.
Mis dos cosas favoritas del mundo.

Mientras más crezco más compleja me vuelvo, y mientras más compleja me vuelvo más bebo.
La edad adulta es un costal difícil de cargar, sobre todo cuando se intenta ir por la vida viajando ligero.

Como maestra de kinder (ahora retirada), siempre me sorprendió la pulcritud en el pensamiento de los niños, la completa congruencia que existe entre el desear algo y simplemente pedirlo. Ya que los padres se los den, es otra cosa de la que no me voy a ocupar porque yo también fui una niña malcriada.
El asunto que verdaderamente vale la pena para mí recalcar es cómo la vida puede ser tan simple cuando aún no se toma consciencia de ella.

Cuando David, un hermoso niño de 4 años a quien los rulos negros le cubrían las sienes, tenía ganas de jugar sobre el carro de plástico rojo que el kinder prestaba a todos los humanitos, nada lo detenía. Ni siquiera la puerta del salón de clases, una vez que Miss Tani la había cerrado. Eso para él no significaba nada. Tomaba el picaporte, lo giraba hacia la derecha, y voila! David, sus pies y sus llantas eran libres.
Los otros niños, los que no se atrevían porque las reglas ya los habían moldeado y a quienes la Operación Adulto ya se les estaba aplicando, me pedían a gritos que fuera por David, "Mira maestra, él no está haciendo lo que se supone debería de hacer".
Si no hubiera sido por la plastilina debajo de las uñas, hubiera jurado que quienes lo señalaban eran dedos de adulto.

Parece muy fácil para los niños decir: sí me gusta; no me gusta; sí lo quiero; no lo quiero; si voy; no voy.
Las pretensiones y los propósitos escondidos llegan con la edad.

Por eso los niños no mienten, imaginan vidas paralelas. Los adultos, en cambio sólo falsificamos los hechos.
Es por eso que el Principito dice que los adultos somos seres extraños, ser claros nos cuesta trabajo.

Yo no quiero ser adulta todavía, o al menos, no quiero que se me olviden viejas prácticas características de la niñez. Quiero decir "sí" cuando yo quiera, y decir "no" cuando me plazca. A muchos se nos olvida que tenemos ese único súper poder: decidir.

"¿Pero qué tal que si digo que sí, pasa ésto?"
"¿Y si digo que no y pasa aquello?"

Miranda quien tiene 37 años, un marido y dos hijos; se quejó una tarde de cómo extrañaba ir a cenar-bailar-tomar con sus amigas. "¿Qué te detiene de hacerlo?"- le pregunté yo.
-"¡Pues cómo que qué!"- Me contestó como metiéndome una tunda por no ver lo que para ella era evidente. -"Pues por César y mis hijos".
Cuando le dije que sus hijos eran ya unos adolescentes a los que no necesitaba regurgitar la lombriz en sus bocas, me contestó que el problema en sí no eran ellos, si no su esposo.
-"¡Nombre, se enojaría muchísimo, me estaría llamando a cada rato y preguntaría que a qué hora vuelvo!".

-"¡Ah!"- le dije- "Entonces tú decides no ir". Y ella, molesta me dijo -"No, lo que pasa es que no puedo decidir nada".
-"No Miranda, si puedes decidir, pero la consecuencia de decidir hacer algo que extrañas tanto, te atemoriza más que quedarte con las ganas. Ésa también es una elección".

No me entendió, y quizá nunca lo haga. Pero aquella tarde quedó confirmado que para que ella pudiera decirle a su esposo lo que quería hacer, sin que el resultado o la consecuencia fuera más poderosa que el deseo, necesitó tomarse 3 tequilas con coca y dos cervezas. Lo que para una madre con más de 17 años de casada y de abstención representó poco más que una pedota.

Así como cuando de niños aprendimos a hablar, a decir "si" y "no". De mayores tenemos que re-aprender a pronunciar dichos monosílabos, pero no con la lengua, sino con el alma.

Todo se vuelve más difícil de aprender una vez que se ha alcanzado la maduración biológica, o sea, por ahí de los 30 años. Por ejemplo, yo nunca aprendí a andar en bicicleta, y las veces que a mis 29 he intentado montarla, me tira el miedo a caerme mucho antes de haber rozado el suelo.
Así pues, decir que sí y sobre todo decir que no, se vuelve mucho más amedrentador que nadar en un Amazonas lleno de pirañas.

Durante mis años universitarios siempre me atemorizó decir que no. Decía que sí, incluso antes de que la pregunta fuera lanzada al aire. "Sí, yo lo hago"; "Ah, no vas a poder hacer el trabajo en equipo?, no importa yo hago tu parte; si, también hago la tuya"; "Si, yo te llevo aunque me quede a 40 minutos de camino a mi casa"; "Sí me caes bien"; "Si quiero". Y la verdad es que muchas veces no quise, no me caían bien, me quería ir sola a mi casa sin llevar a nadie, quería que a todos los reprobaran por no hacer su parte y no! no quería hacer la tarea de otros!. Damn it!


Bueno, pues con la novedad de que he empezado a decir "no" y "si" de a de veras.
La más difícil y quizá la primera de todas en mi vida adulta, me costó quedarme sin casa.
Sufrí con el resultado; lloré con la consecuencia; pataleé contra corriente.
Perdí una relación, que parece no estar extinta pero a todas luces no es la misma.
Decir que no, decir lo que yo quería decir me costó perder a otro para recobrarme a mí misma. Y creo que al final el resultado, si lo veo por ese lado, es favorable para mí.
Marcador en el monumental estadio de mi vida:
Tani 1 - La Vida 2,356  
Ahí la llevo.

Ahora, el problema viene cuando uso este nuevo poder reconquistado y lo mezclo con alcohol.
Es como si ya siendo desinhibida, además me dejan caer un cuerpazo por arte de magia. No pues salgo en bikini a todos lados, aunque sea Yukon.
Entonces, mis queridos lectores, alcoholizada y con menos cinco sentidos, pues recurro a sacar lo que tenía tan guardado. A veces cosas que me avergonzaban y que, como el borracho del cuento, termino sacando durante el ahogo etílico, olvidando pues, que bebía para justamente no sacarlas.
Así se me vio la última vez.


Digo muchas cosas. digo que amo y digo que odio. Digo que perdono y que no perdono. Digo que siento cosas que no he sentido pero creo haber sentido y digo que sí puedo caminar aunque me caiga con tacones. Digo un chorro de babosadas, y digo cosas de las cuales me arrepiento no haber traído una pluma, verdaderos enunciados literarios firmados con hipo o eructos reposados en roble blanco.

Recientemente una amiga de Freud, a quien Freud no conoció pero ella sí lo conoció a él mediante los libros, me dijo que mi temor a depender del uso del alcohol para no sentirme sola no era lo que me tenía que preocupar. Sino ver, más allá de las uvas fermentadas y la cruda posterior para revisar, por qué estaba bebiendo de la forma en la que lo he hecho en las últimas semanas-meses.

Corroboré entonces que mi adicción no era al alcohol, sino al monstruo que despierta en mí. Así que no soy alcohólica, simplemente soy un Dr. Jekyll cualquiera con una afección al mister Hyde que en mí habita.
Tomo para liberar a la bestia, a la poderosa, a la que no le cuesta trabajo decir "no" y "si". La que no teme por las consecuencias. A la niña que sigue escondida en algún lugar entre estas veintinueve décadas y estos 8 meses.
Por eso hago llamadas, digo "no me gusta cuando dices tal cosa"; es por eso que digo quién me gusta y quién no. Es por eso que si digo que te amo, lo más seguro es que en realidad lo haga; y que si te digo que te extraño es porque despierta (adulta) me haces mucha falta, pero no lo escucharás de mis corruptos labios.
Por eso mando mensajes y digo "te perdono" aunque el perdón no haya sido pedido, jaja.
Bebo para decirle a mis padres lo que siempre he querido decirles y para escribir lo que llevo cargando en este costal de patatas maduras.

Bebo para volverme una adulta con poderes de niña. Vomito y todo cual bebé, sólo que esta vez no es leche.

Apenas voy pensando, querido lector, pero es por eso que el dicho reza la comparativa entre los niños y borrachos. Porque es real.

Cuenta la leyenda que Peter Pan, en su afán por mantenerse nene, recurría a las cantinas, ahí fue donde conoció a campanita.

Y cuando ustedes beben, ¿despiertan monstruos o se quedan como príncipes y doncellas?
digan la verdad porque los estoy viendo.