domingo, 22 de abril de 2012

Si me pones el cuerno, que sea de Unicornio.

Si les gusta el cilantro y lo han comido, casi seguramente han tenido una hojita de esta especie atrincherada entre sus dientes. Por lo general, el lugar favorito de esta planta se ubica entre alguno de los colmillos y el diente de al lado.
Qué vergüenza tengo.
Resulta bastante vergonzoso que alguien lo aviste antes que nosotros y no sólo eso, sino que nos informen de la existencia de un destello verdoso en la blanca dentadura. 

"Oye, hazle así que traes un cilantro en el diente". Y así, cerramos el hocico y hacemos las muecas menos discretas tratando de deshacernos de esta maldita planta con la lengua. 
"¿ya?" - "Sí, ya."
Y aunque ya no tengamos al intruso, tratamos de no abrir mucho la boca, de no reír. El otro lo nota, y seguramente piensa que nos vemos muy imbéciles y que deberíamos relajarnos porque ya no traemos nada ahí. Sin embargo la vergüenza nos dura una media hora, y no es que se nos quite, sino es que se nos olvida. Así después continuamos nuestra vida, riéndonos, hablando, mostrando los dientes. 

¿Cuál es la verdadera causa del bochorno, el tener alojado un cilantro en el dentículo o el hecho de que alguien más lo haya visto?
Humildemente pienso que es la segunda opción. Por eso tal vergüenza pueda ser catalogada como Humillación. 

"La humillación es el acto por el cual una persona es avergonzada generalmente en público", dice el diccionario y yo replicaría: creo que para ser humillado tiene que haber una audiencia que constate la vergüenza de uno. Por lo que considero que no es "generalmente" en público, sino forzosamente en público, aunque el público no sea mucho.

Así me siento; así humillada, así con un gran cilantro entre los dientes que no me puedo quitar y no importa cuantas muecas chistosas haga, cómo mi lengua se mueva, de todas formas ahí está ese pedazo verde que viola cualquier brillo en mi sonrisa. 

Tengo la sospecha de que mi pareja se siente atraída hacia otro ser humano que no soy yo. Estoy muy segura, ya no sólo es sospecha. Ya no soy solo yo creyendo que traigo un cilantro entre mis risas, ya me lo hicieron notar. Ya hubo un público que constatara que al comer, no mastiqué bien y que un pedazo de planta se ha quedado en mi boca, posando ante todos, sin inhibición alguna. Ya he sido humillada.

Al principio parecía ser una locura. "Mi amor, creo que traigo un cilantro en el diente, mira" y abría la boca tan grande como podía, mi pediatra de la infancia se hubiera sentido orgulloso de mí, no era necesario utilizar un abate lenguas para que Tani mostrara su campanilla con un gran "aaaaa".

"Estás loca mi amor, no traes nada"; "Pero fulanita me dijo que sí lo vio, sutanito me dijo lo mismo y hasta Pepito, el de los chistes, se mofa de mi sonrisa verde"; "Claro que no, no traes nada, no seas exagerada".

Queridos lectores, si ustedes sienten que traen algo en el diente, es casi seguro que lo traen. Pero si le preguntan al taquero, lo más probable es que les diga que no, que están locos, que sigan tragando y le pongan más verdurita a su taco. 

No me había importado mucho lo que fulanita, sutanito y Pepito me hubieran dicho. No me había importado hasta que esta mañana mi madre, quien estoy segura me ama y quien desea evitarme a toda costa humillaciones y corazón roto, me informó de lo que vio. Lo que vio yo ya lo había visto, pero "estaba loca", no había que hacerme caso. 

Sí, soy una mujer celosa, pero no, nunca había visto cosas así. Nunca me había sentido así, siempre era yo la del cuerno, la del cuerno de unicornio que hacía lo que quisiera, lo que la hiciera feliz. Me la he pasado defendiendo este principio los últimos 15 años de mi vida, pero también me he sentido culpable de haber hecho sentir a otros tan mal, o haberlos humillado ante una audiencia conocida y común para ambos. Creo que en ambos casos, yo siendo el unicornio o yo dejando ver a otro como un toro cornudo, lo que más ha dolido es haberlo hecho delante de otros. 
Estoy casi segura que lo que hace a mi último exnovio no perdonarme, no es el hecho de haberle dado el taco con cilantro, sino que todos le miraron el cilantrazo en la sonrisa. Eso es sumamente vergonzoso, y como ya dije anteriormente, la cura contra la vergüenza es sólo el tiempo, el olvido del episodio. 

"Aguas hija, aguas, que la edad me ha hecho sabia, y lo que yo veo ahí seguramente existe. Aguas hija, no te lo mereces".

Cierto, no me lo merezco, pero tampoco me merezco sufrir haciendo lo que creo que debo hacer: ponerle fin a la situación, antes de que el teatro se llene, antes de que todos puedan ser testigos de mi cilantro.

Me duele el hecho de que el hombre que yo amo mire a otra dama con los ojos que antes me había dedicado; o que el tiempo aire de su celular lo utilice en un número que ni siquiera comienza con los dos dígitos míos. Me duele saber que aquella afirmación de que siempre habrá una mejor que uno sea real, y me duele estarlo presenciando. Pero lo que más me duele es que tenga que venir fulanita, sutanito, Pepito el de los chistes y mi progenitora a "hacerme ver" algo que yo ya he visto y he intentado pasar por alto. 

No sé por qué, pero el temor de quedar como una pendeja es tan grande que creo se ha convertido en una fobia. "vermependejafobia" es el nombre del mal que me aqueja. 

La civilización humana, en su infinita sabiduría, ha creado citas y frases célebres de dominio público y en casi todos los idiomas señalando lo mismo: "Si el río suena, es porque agua lleva". 

A veces uno puede confundirse, a veces uno puede creer que escuchó un caudal de agua rabiosa y en realidad no ser más que una motocicleta avanzando a toda velocidad. Pero si ya dos, tres, cuatro personas escuchan al agua llevar, seguro es porque se trata de un río. Y este río está lleno de aguas negras que no sólo suenan, sino que apestan.

Como el animal social que somos, sólo queremos ser aceptados y que ese carnet de miembro de la sociedad venga acompañado de cupones de amor, que puedan ser canjeables y de por vida. Primero yo sólo quería que alguien me quisiera, luego, sólo quise que él me quisiera... Luego yo sólo lo quise, luego él también me quiso, luego llegó el río.

Sentirse rechazado es horrible, sobretodo por la persona que uno bautiza como "especial", como "novio" o "novia", "esposo" o "esposa", "amigo" o "amante.  Sentirse rechazado es sentir que uno muere poquito, uno muere estando vivo, uno vive su muerte. Lo magnífico de la muerte "real" es que uno está muerto y por ende no puede sentirla, pero si uno muere vivo, chale, es cómo ser enterrado en el ataúd cuando aún se puede seguir respirando... Se siente como poco a poco se va acabando el aire, como el pecho duele, cómo el pecho duele tanto que parece se nos va a reventar. Lo malo es que sí se nos revienta, y sin anestesia.Y así empapados de sangre y sollozos, uno tiene que seguir viviendo, porque el puto corazón no deja de latir aún sabiendo que con cada latido nos mata viviendo.

Así pienso que me van a "poner los cuernos". Tal expresión viene de un cuento del siglo XV donde un pintor recién casado tiene que ir a cerrar algunos negocios con sus cuadros a un país lejano. Para asegurarse que su mujer no le olvide, le dibuja debajo del ombligo un corderito. La mujer sufre por la ausencia de su pintor y esposo, pero conoce a un amigo que le hace compañía. Primero todas las mañanas, después todo el día. Y pasa lo que pasa cuando dos personas conviven demasiado: se quieren, se enamoran o al menos se necesitan y se encueran para mostrarlo. 
El dibujo del cordero se borra y presionada por el pronto regreso de su marido, la mujer le pide a su amante que le dibuje el mismo animal que tenía antes de haber sudado sobre su cuerpo. El amante lo hace, pero en lugar de un cordero dibuja un carnero. 
El esposo vuelve y se da cuenta que el cordero de su mujer ahora tiene cuernos. Le puso los cuernos. 

Así, mi cilantro reposa en mis dientes; mi río lleva aguas negras, y el dibujo de una yegua hermosa ahora se vuelve unicornio. Me cuesta trabajo creer que así pasó, que mi jinete me dibujó unicornio.
Quisiera que no fuera real, estar loca, y como loca, que nadie hubiese visto lo que yo ví.

Soy un unicornio, una yegua con cuerno, un unicornio al que algún otro ahora debe querer. 



lunes, 16 de abril de 2012

¿Tatuajes o Carriolas?

Me quito las botas para subirme al juego de infantes.

Cumplí treinta años. Si hubiesen sido 20, los hubiera escrito con número, no con letra. Pero creo que los treinta merecen que typee más de dos dígitos. Que mis dedo trabajen un poco, como lo ha hecho mi cuerpo entero durante estas tres décadas.

No soy lo que imaginé sería. No me acuerdo si quiera qué imaginé para mi vida en este momento, pero cualquier cosa que hubiera imaginado no se hubiera vuelto realidad. Por qué? Pues porque así es la vida. Te da un golpe justo en el blanco que no estás defendiendo, te llega justo dónde no estás cuidando el ingreso de sorpresas o eventos desprevenidos. Así es la vida, un trozo de papel en el que no se puede escribir presagios sólo eventos pasados.

No estoy casada. No tengo hijos. No tengo casa propia y no estoy dada de alta en la Secretaria de Hacienda. No tengo seguro social ni Fondo de ahorro para el retiro. No tengo un anillo de compromiso en el dedo. No tengo hipotecas ni seguros qué pagar. No tengo deudas en ningún banco y mi historial crediticio es inexistente. No tengo un árbol sembrado ni un libro escrito. No tengo quién cama compartida y los únicos que me esperan lo hacen dormidos y son mis padres. Sí, tengo treinta años y vivo en casa de mis padres. Todo fue porque necesitaba un lugar a dónde llegar y llorar sin secarme las lágrimas e ir a trabajar para pagar renta. Soy una mujer... Eso dicen, las mujeres tenemos treinta y tantos, o al menos treinta. Soy una mujer, no soy niña, no soy adolescente, soy una mujer.

No tengo nada más que historias:
Cuando cumplí un año y medio tuve una hermana, que se volvería mi mejor compañera.
Cuando cumplí 5 años me dio mis primeras puntadas el primer hombre del que me "enamoré", un doctor de un hospital de la cruz roja.
A los  6 un niño obeso me dio mi primer beso en el kinder.
A los 7 Armando, mi compañero de segundo de primaria, fue el primero en romperme el corazón.
A los 8 me dí cuenta que el exceso de gansitos y el ser niña regordeta trae consigo problemas sociales.
A los 9 conocí a una mujer sin mano.
A los 10 descubrí que el "maestro" no siempre es el ser más sabio.
A los 11 tuve miedo por primera vez, a consciencia.
A los 12 decidí darle mi vida, aunque fuera pequeñita, a un muchacho.
A los 13 conocí el desamor, el verdadero desamor, ese que te hace poner canciones tristes y llorar sin importar si los mocos se mezclan con las lágrimas.
A los 14 comprendí por qué existía un seguro en los picaportes de las puertas de una habitación.
A los 15 tuve mi primer amor platónico y lo conocí.
A los 16 fingí por primera vez estar enamorada.
A los 17 me dí cuenta que los países sufren tanto o más que los individuos.
A los 18 me puse una pedota en público.
Y así sucesivamente.
Lloré muchísimo y sobreviví. Las lágrimas no deshidratan.

Tengo muchas historias, como todo aquel ser humano que sigue vivo.
Sólo que yo las escribo, así que tengo muchos cuadernos llenos. Como el que comencé a los 21 años, donde tengo anotado cómo fue dormir en la calle en Paris y comer de todo aquello comestible que me encontraba en la basura.
He hecho muchas cosas, pero muchas de esas cosas creo que fueron un sueño, y como tal, no me las reconozco.

Si alguien llegara y me platicara mi vida como suya, creo que lo admiraría. Porque de verdad, queridos lectores, he hecho muchas cosas que ahora me cuesta trabajo admitir que hice, y no por vergüenza, sino porque no creo que yo haya sido capaz a tan corta edad de hacer.
Nunca aprendí a nadar, pero soy feliz.

Me cuestiono mucho, sobretodo los deberes que no he llevado a cabo teniendo la edad que tengo. Me pesa saberme sanguijuela, saber que sigo en casa de mis padres, saber que no tengo ganas de usar mi pasaporte pronto, porque eso es lo único que uso más que la cabeza.
Aquí me voy a quedar un rato.
Lo único que hago es rayarme. Sí. Recientemente mi padre me ha pedido que deje de hacerlo. No porque a él no le gusten mis tatuajes, sino porque como aquella vez a los 15 años, me dice "la gente no te va a aceptar toda rayada". La gente de por si no me acepta papá....

Qué chingados se debe hacer a tal o cual edad? Quién sabe. Uno solo puede decidir eso, pero al compararse con los contemporáneos, los que elegimos caminos raros siempre terminamos cuestionando nuestras decisiones.
"No pareces de 30", lo dicen quienes no escribirían con letras el número. Y sí, no lo parezco. Pero, ¿qué tal que no lo parezco porque he hecho lo que he querido?, ¿Qué tal si la verdadera fuente de la eterna juventud es hacer lo que uno desea? Quizá por eso me vea joven. Porque dije no de joven y porque dije sí de adulta.
Desde abajo, todo se ve más alto.


Quién sabe. La verdad es que estoy escribiendo patrañas, patrañas de adulta. De una mujer que si de algo está orgullosa de ella misma, es de que nunca he hecho lo que se espera que haga. Por eso me veo joven, porque se espera que luzca de otra manera, pero hasta eso mandé al diablo.

Por eso cuando veo juegos infantiles en algún lado, pues me subo. Al diablo el tamaño recomendado, al diablo el peso sugerido, al diablo el número de hijos insinuados, al diablo el trabajo indicado. Al diablo todo aquello que parezca que es lo que debo hacer. Por eso hago todo aquello que me viene en gana... De todas formas algún día vendrá un pequeño arrepentimiento en el corazón, pero qué mejor manera de aniquilarlo pensando "Pues eso lo decidí yo".
Por eso me veo joven, porque la rebeldía nunca debe morir, ni aún a los treinta.

Siempre se puede llegar a la cima, sólo es cuestión de saber dónde creemos que es lo más alto.


P.D- Esta entrada de blog es una basura.