lunes, 16 de abril de 2012

¿Tatuajes o Carriolas?

Me quito las botas para subirme al juego de infantes.

Cumplí treinta años. Si hubiesen sido 20, los hubiera escrito con número, no con letra. Pero creo que los treinta merecen que typee más de dos dígitos. Que mis dedo trabajen un poco, como lo ha hecho mi cuerpo entero durante estas tres décadas.

No soy lo que imaginé sería. No me acuerdo si quiera qué imaginé para mi vida en este momento, pero cualquier cosa que hubiera imaginado no se hubiera vuelto realidad. Por qué? Pues porque así es la vida. Te da un golpe justo en el blanco que no estás defendiendo, te llega justo dónde no estás cuidando el ingreso de sorpresas o eventos desprevenidos. Así es la vida, un trozo de papel en el que no se puede escribir presagios sólo eventos pasados.

No estoy casada. No tengo hijos. No tengo casa propia y no estoy dada de alta en la Secretaria de Hacienda. No tengo seguro social ni Fondo de ahorro para el retiro. No tengo un anillo de compromiso en el dedo. No tengo hipotecas ni seguros qué pagar. No tengo deudas en ningún banco y mi historial crediticio es inexistente. No tengo un árbol sembrado ni un libro escrito. No tengo quién cama compartida y los únicos que me esperan lo hacen dormidos y son mis padres. Sí, tengo treinta años y vivo en casa de mis padres. Todo fue porque necesitaba un lugar a dónde llegar y llorar sin secarme las lágrimas e ir a trabajar para pagar renta. Soy una mujer... Eso dicen, las mujeres tenemos treinta y tantos, o al menos treinta. Soy una mujer, no soy niña, no soy adolescente, soy una mujer.

No tengo nada más que historias:
Cuando cumplí un año y medio tuve una hermana, que se volvería mi mejor compañera.
Cuando cumplí 5 años me dio mis primeras puntadas el primer hombre del que me "enamoré", un doctor de un hospital de la cruz roja.
A los  6 un niño obeso me dio mi primer beso en el kinder.
A los 7 Armando, mi compañero de segundo de primaria, fue el primero en romperme el corazón.
A los 8 me dí cuenta que el exceso de gansitos y el ser niña regordeta trae consigo problemas sociales.
A los 9 conocí a una mujer sin mano.
A los 10 descubrí que el "maestro" no siempre es el ser más sabio.
A los 11 tuve miedo por primera vez, a consciencia.
A los 12 decidí darle mi vida, aunque fuera pequeñita, a un muchacho.
A los 13 conocí el desamor, el verdadero desamor, ese que te hace poner canciones tristes y llorar sin importar si los mocos se mezclan con las lágrimas.
A los 14 comprendí por qué existía un seguro en los picaportes de las puertas de una habitación.
A los 15 tuve mi primer amor platónico y lo conocí.
A los 16 fingí por primera vez estar enamorada.
A los 17 me dí cuenta que los países sufren tanto o más que los individuos.
A los 18 me puse una pedota en público.
Y así sucesivamente.
Lloré muchísimo y sobreviví. Las lágrimas no deshidratan.

Tengo muchas historias, como todo aquel ser humano que sigue vivo.
Sólo que yo las escribo, así que tengo muchos cuadernos llenos. Como el que comencé a los 21 años, donde tengo anotado cómo fue dormir en la calle en Paris y comer de todo aquello comestible que me encontraba en la basura.
He hecho muchas cosas, pero muchas de esas cosas creo que fueron un sueño, y como tal, no me las reconozco.

Si alguien llegara y me platicara mi vida como suya, creo que lo admiraría. Porque de verdad, queridos lectores, he hecho muchas cosas que ahora me cuesta trabajo admitir que hice, y no por vergüenza, sino porque no creo que yo haya sido capaz a tan corta edad de hacer.
Nunca aprendí a nadar, pero soy feliz.

Me cuestiono mucho, sobretodo los deberes que no he llevado a cabo teniendo la edad que tengo. Me pesa saberme sanguijuela, saber que sigo en casa de mis padres, saber que no tengo ganas de usar mi pasaporte pronto, porque eso es lo único que uso más que la cabeza.
Aquí me voy a quedar un rato.
Lo único que hago es rayarme. Sí. Recientemente mi padre me ha pedido que deje de hacerlo. No porque a él no le gusten mis tatuajes, sino porque como aquella vez a los 15 años, me dice "la gente no te va a aceptar toda rayada". La gente de por si no me acepta papá....

Qué chingados se debe hacer a tal o cual edad? Quién sabe. Uno solo puede decidir eso, pero al compararse con los contemporáneos, los que elegimos caminos raros siempre terminamos cuestionando nuestras decisiones.
"No pareces de 30", lo dicen quienes no escribirían con letras el número. Y sí, no lo parezco. Pero, ¿qué tal que no lo parezco porque he hecho lo que he querido?, ¿Qué tal si la verdadera fuente de la eterna juventud es hacer lo que uno desea? Quizá por eso me vea joven. Porque dije no de joven y porque dije sí de adulta.
Desde abajo, todo se ve más alto.


Quién sabe. La verdad es que estoy escribiendo patrañas, patrañas de adulta. De una mujer que si de algo está orgullosa de ella misma, es de que nunca he hecho lo que se espera que haga. Por eso me veo joven, porque se espera que luzca de otra manera, pero hasta eso mandé al diablo.

Por eso cuando veo juegos infantiles en algún lado, pues me subo. Al diablo el tamaño recomendado, al diablo el peso sugerido, al diablo el número de hijos insinuados, al diablo el trabajo indicado. Al diablo todo aquello que parezca que es lo que debo hacer. Por eso hago todo aquello que me viene en gana... De todas formas algún día vendrá un pequeño arrepentimiento en el corazón, pero qué mejor manera de aniquilarlo pensando "Pues eso lo decidí yo".
Por eso me veo joven, porque la rebeldía nunca debe morir, ni aún a los treinta.

Siempre se puede llegar a la cima, sólo es cuestión de saber dónde creemos que es lo más alto.


P.D- Esta entrada de blog es una basura.

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