Yo, emulando la época en el que quise vivir. |
Me recosté en el reposet de mis padres y vi televisión hasta que los ojos me rogaron "déjanos cerrar la cortina".
Besé a mi hermana menor y a mi madre en sus respectivas mejillas. Cargando mi bolsa, reboso y demás pertenencias, tomé un vaso de cristal cortado y me serví un poco de Cognac.
Jamás lo había probado antes. Siempre pensé que se trataba de una bebida de señor, político de traje gris o escritor de los años 40. Pero la verdad es que el aroma pertenece a una mujer de tacones negros y bajos, falda azul con líneas rosas que cubren celosamente las rodillas. Y tiene sobre los hombros la protección de un zorro muerto. Sus labios son rojos y su cabello se recoge en rulos.
Haciendo homenaje al libro que recién terminé, decidí probar el elixir dorado, del que tanto habla Mister Francis Scott Fitzgerald en su novela: Tender is the night (suave es la noche).
Cerraría el domingo justo como Dick Diver lo haría. Escuchando a Vera Lynn, fumando tabaco y escribiendo lo que sale de mis poros y ojos cansados.
Esta vez, la melancolía es positiva. Siento nostalgia por cosas que ni siquiera viví; y mientras el cognac hace arder mi cerebro y me llena de perfume las yemas de los dedos, decido que este domingo lo almacenaré en una barrica de roble en mi memoria.
Cuando pasen los días o los años, o los amantes y las amistades. Mientras se sigan sellando páginas en mi pasaporte y me acabe botellas de champú, mientras necesite calcetines nuevos y alguien descubra planetas nuevos; mientras me pase la vida ahí a mí lado, por delante, por atrás y a través de mi cuerpo, ahí en la cava de los buenos momentos, tendré uno para brindar por los días tristes.
Por eso el Cognac desvirgina mi garganta. Y con cada trago las muecas se vuelven más sutiles. Lo que quema ya no quema tanto.
Aquí, en mi cuarto que es un bosque, me imagino con los grandes, con los únicos que creí mis amigos. Con los que vivieron antes que yo, y gracias a dios que lo hicieron, porque así pude encontrarme sus obras en los estantes de mi abuelo, de mi casa o la librería.
Siento que conozco a los surrealistas porque yo también creo que mis piernas son de rubíes y mi olor es el de un libro viejo, amarillo, avainillado.
Me sentía solitaria, no precisamente sola. Y fue cuando compartí el bagel con dos mujeres increíbles que me dí cuenta: no somos los únicos tristes. En algún lugar del mundo, hay un lago gigantesco, es un lago de agua salada. Ahí se depositan las lágrimas de todos los humanos que lloramos al mismo tiempo, en locaciones distintas y por distintos temas.
Esta tarde, no sabría dar coordenadas exactas, vi a otras que también han arrojado desconsuelo líquido a goteo.
Cognac, cigs, hairdo... Sunday is a lovely day. |
No unimos llanto, pero sí unimos risas.
Así como Marcel Duchamp se unió en Paris con Breton y Max Ernst; Leonora Carrington y Man Ray where there too.
Ese fue mi sueño, estar en esas reuniones, incluso Dalí estaba presente, aunque ya no lo quisieran tanto, me permitían conocerlo.
Hoy, este domingo, una escritora, una artista plástica, su perro y yo, fuimos a llenarnos el trasero de cadavéricos pastos amarillos, sólo para sentir que no somos las únicas, que aquello viene de un sentimiento casi narcisista, donde nadie sabe criticar la vida tanto o tan bien como nosotros mismos.
Y comprendí por qué tuve que dejar atrás a viejos amigos, simplemente no sintonizábamos anymore.
estoy cansada. |
He bebido el último trago de Cognac, y mis ojos no pueden más. Este post no es lo que suelo escribir, pero pensé que era justo y necesario hacer pública mi felicidad, tanto como hago pública mi desdicha. Porque ambas soy yo y ambas son el mundo, somos todos: chocolate blanco y negro; vino blanco y tinto; pan blanco o integral... Con hielo o sin hielo, todos sufrimos y todos reímos y tanto las carcajadas que expulsan emoción del cuerpo, como el suspiro que profundiza en el pecho y extrae el llanto, son dignas de ver la luz del día, la luz de la luna y posarse en el lago de los llantos internacionales.
Encontré mi Paris de los años veinte, treinta y cuarenta en el parque metropolitano de la ciudad de guadalajara Jalisco México.
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