jueves, 12 de septiembre de 2013

Piernas gordas.

señorita solitaria. 


Tengo poco más de un año sin novio. Tengo poco más de un año durante el cual me ha valido madres depilarme las piernas o no. Un poco más de un año en el que he dejado de contar calorías; en el que he dejado de decir "te amo". Tengo un poco más de un año que nadie me agarra la mano para caminar al menos una cuadra. Tengo poco más de un año diciendo "no, no tengo novio".

Y mientras más pasa el tiempo, más me preocupo. ¿Volveré a amar a alguien?, ¿Alguien me volverá a amar?.
Pues quién sabe, lo único que sí sé es que me la paso buscándolo.
A veces voy a lugares nada más a ver qué tipo de mercancía hay allá afuera, en el mercado de los solteros.
Me pongo shorts para enseñar mis piernas gordas a ver si alguien se les queda mirando y en una de esas sube la vista y ve mi cara, que casi siempre es de desesperación... Por eso creo que vuelven a mirarme las piernas, mi cara no es muy seductora que digamos.

A veces prendo cigarros entre una multitud solo para pedirle encendedor a un hombre, que dentro de todos, me guste.

A veces me pinto la boca esperando que alguien me la despinte a besos.
A veces doy mi número, a veces mi dirección y a veces me los llevo yo misma solo para sentirme querida durante un par de horas.

Tengo poco más de un año sin sentir cariñitos reales, de esos que emanan del corazón y no del deseo sexual.

Poco a poco me he dado cuenta que las mujeres somos muy diferentes a los hombres en cuanto al coqueteo y al sexo.
Mientras ellos creen que una cogida es solo una cogida, nosotras creemos que una cogida es sinónimo de "quiero ser tu novio". O al menos un "quiero volver a verte, pero no para cogerte".

Yo soy una enamoradiza. A mí me dan un abrazo y yo respondo "sí, acepto". A mí me dicen "eres guapa" y yo creo que ya quieren estar conmigo por el resto de la vida, pues nadie rechazaría semejante joya. Yo, poco a poco, soy quien se rompe el corazón.

Durante todo este tiempo he salido con al menos 8 chicos diferentes pero que tienen en común una misma cosa: No quieren nada conmigo. Nada más allá de unos besos y de pasar la noche sobre mi colchón.

"¿Unas chelas en mi casa?" y aceptan. Yo lo hago de una manera inocente, solo para no estar sola. No voy a mentir, invito a semejantes sementales solo porque no me quiero sentir sola.

Me ha tocado de todo; desde el que tiene poca experiencia sexual y termina dándome sueño; el que tiene problemas de erección (y al cual termino consolando); el que me enseñó que el tamaño si importa (tanto de manera negativa como positiva). Hasta el que termina dándome una cátedra sobre el tantra.

A todos les he puesto apodos, van desde el "tamaño Iphone" (y no me refiero al 5); hasta "Flácido Domingo".

Ha habido de todo, desde el que se trauma conmigo y yo me quiero deshacer de él, hasta el que me dice que me va a llamar para vernos, y hace que me depile las piernas para nada... Esa llamada nunca llega.

Ese, queridos lectores, es todo un tema para tesis. ¿Por qué fregados dicen que te llamarán cuando no lo hacen?. Todo sería más fácil si no dijeran nada.
Quizá lo dicen para evitar verse patanes, pero al final de cuentas terminan actuando como tal. Personalmente preferiría que no me dijeran nada, y entonces odiarlos tan pronto como se ponen la ropa y salen por la puerta; en lugar de que me hagan perder mi tiempo arreglándome, gastando outfits que podría aprovechar para otra ocasión, utilizando un labial que no sale nada barato y poniéndome tanto rimel como el que mis pestañas puedan sostener.
Lo único que me producen esos hombres es flojera a la hora en la que me doy cuenta que no llamarán y que tengo que desmaquillarme para irme, finalmente, a la cama y sola.

Entonces me dejo crecer el vello en mis piernas gordas, dejo de depilarme el área del bikini y dejo que mis ojos luzcan como son naturalmente, solo para que me caiga la ley de Murphy y termine, ese día, conociendo a alguien que terminará en mi cama y yo termino encomendándome a dios esperando que no sé de cuenta que hace semanas que no me he depilado.

Aprendí que los que se portan más lindo jamás llamarán. Aprendí que los que te textean días después y no reciben una respuesta de parte tuya son los que intentarán volver a conquistarte. Aprendí que una caguama en soledad puede producir cierto grado de ebriedad y que esa ebriedad puede traducirse en llamadas que al día siguiente resultan bochornosas.
Aprendí que una cajetilla de cigarros no dura tanto como la espera de ser contactada por alguien.
Caguama solitaria. 


También aprendí cosas sobre mí. Mientras más me halaguen más me "enamoro"... Aprendí que eso sucede porque quiero, a toda costa, que alguien me quiera, que a alguien le importe.

Tengo a mis amigos, de los mejores del mundo, sin embargo ese tipo de amor no es suficiente. Tengo 5 perros con los que duermo todas las noches, pero no son cuerpos suficientes. Empecé con 3 perros y he ido adoptando para llenar huecos que nunca se llenan.

Algunos de mis amigos, los solteros, envidian mi vida sexual. Yo envidio la falta de ella. Me encantaría que nada me tiente. Me encantaría no escuchar palabras que yo termino transformando en "me encantas y quiero dormir aquí todas las noches de mi vida".

Estoy loca. La soledad vuelve loco a uno.

Para evitar pensar en hombres he empezado a hacer mucho ejercicio. Estoy a punto de hacerme vigoréxica. Lo único que he logrado es olvidarme de ellos por un par de horas y obtener un par de piernas gordas que hacen que los skinny jeans parezcan leggins.

Estoy cansada de los "yo te llamo"; de los "eres muy linda"; de los "he estado muy ocupado"; de los status en facebook que hablan sobre otras chicas y no sobre mí... Si pasamos la noche juntos imbécil, por qué escribes sobre otra?. Estoy cansada de borrar chicos de mi lista de amigos en facebook. Estoy cansada de malinterpretar palabras y de textear esperando respuesta.
Estoy cansada de ellos, pero no he podido cansarme de la necesidad de tener a alguno.

Cabe destacar que no se me acerca ninguno de mi edad, todos están entre los 8 y 5 años menores que yo. Termino llenando el cuaderno anecdotario de su adolescencia y yo, por alguna razón, no los siento dignos de una anécdota mía, porque termino odiándolos solo por la razón de ser quienes son: jóvenes que valoran su libertad más que una estable compañía.

Los de mi edad no me gustan: o están casados, o son aburridos, o tienen novias formales o bien se visten tan aseñorados que hacen que yo me vea como una bebé a su lado. Estoy frita.

Los jóvenes no quieren nada conmigo; los adultos... Yo no quiero nada con ellos.

Desde hace poco más de un año mi corazón ha permanecido roto. No extraño a mi exnovio, extraño la compañía... Ir al súper con alguien, tomar una cerveza con alguien que te mira con ganas; extraño que alguien me llame cotidianamente, extraño tener el pecho de alguien para recostarme cuando estoy viendo la tele. Extraño no ser una extraña para alguien, extraño cenar en compañía de amor; extraño que alguien despierte a mi lado no solo una noche, sino las consecutivas. Extraño decir "tengo novio", extraño depilarme las piernas y sentirlas tersas... Extraño que alguien me diga lo que nunca nadie dice: "te amo" y responder "yo también".


Evidentemente todo eso que extraño no lo voy a encontrar en morritos de 23 años, pero al menos me dan por un instante lo que deseo tener... compañía, una razón para no picarme la nariz frente a alguien.

Me enamoro y valgo verga. 

sábado, 24 de noviembre de 2012

40 días y 40 noches, sin que me tiente el diablo del Hombre.

Eran las 11:23 pm de la noche de ayer. Dos horas antes me había quitado los tacones, sacado la falda y puesto la pijama; incluso me desmaquillé los ojos (algo que no hago nunca) y me acosté en mi cama con 3 de mis 4 perros. Estaba dispuesta a ver la película "He is not that into you", solo porque así me siento y porque tenía ganas de echarle más leña a la fogata que crea una mujer (estopa) y el hombre (fuego... llega el diablo y sopla).

La mano invisible del mercado no me dejó ver gratis el largometraje que se anunciaba en Cuevana. Con todo y perros, pantuflas y el pelo enmarañado (de tres días sin lavarlo, pues recién lo había pintado), caminé una cuadra al noreste, a la esquina del Blockbuster.

-"Me aparece el título, pero no la tenemos".- Me dijo amablemente una muchachita de no más de 19 años. Me quedé pensando en si a ella también le habrán roto ya el corazón.

Recorrí toda la tienda, no encontraba nada. Entonces, dentro de la pedante sección de cine de arte, apareció la portada de una dama en pijama, justo como yo, con una playerita rosa en la que se leía: "Love Sucks". -"Me la llevo!"- pensé para mí y con todo y deuda pagada me la llevé.

No voy a platicar de qué se trata la película porque no viene al caso, lo que importa es que cuando terminé de verla eran las 23:23 de la noche, y así me llegó una de las ideas más retadoras que he tenido: Hacer una cuarentena, una cuarentena de hombres, de amor, convertirme al celibato.
Entonces tomé un trapo, lo humedecí y borré todo aquello que había escrito en mi puerta-pizarrón, hace ya cuatro meses: "I don´t wanna cry anymore; I don´t want to remember; Please, leave my heart alone"... Todas esas frases se esfumaron con el rocío de un paño mojado.

Tomé un gis blanco y dibujé un calendario: 40 días de celibato y no solo sexual, sino mental: Durante 40 días no voy a salir con un hombre, del que sepa tenga intenciones amorosas conmigo; no voy a ligar con nadie en ningún lugar; no voy a besar a nadie; no me voy a dejar apapachar por nadie; no voy a dejar que las manos de un hombre acaricien las mías; no me permitiré salir invitada con los gastos pagados a cenar, comer o incluso desayunar, aunque me muera de hambre. No voy a dejar que un hombre me seduzca y mucho menos intentaré seducir a alguno. Voy a limpiarme, voy a dejar un abismo en mi corazón, ya no voy a intentar llenarlo, porque con estas prisas por amar y sentirme amada, lleno los huecos hasta con mierda.

Es necesario hacer un descanso. Es necesario dejar mi mente y mi corazón en claro. También es necesario dormir sola, no necesito a un hombre, nunca lo he necesitado, más que ahora para mantener mi grado de locura. Por eso hoy, bueno, ayer a las 23:23 pm, decidí que no será sino hasta el 1 de Enero del año 2013 que quizá, vuelva a dejarme llevar... Por el momento, necesito anclarme a la única persona que no es mierda y que me puede amar sin cambiar de opinión mañana: Yo.

jueves, 7 de junio de 2012

The bad in each other...

Después de la estética.
Sentada frente a un espejo sin marco, Aracely separaba uno a uno mis cabellos.
Su raíz, negra de nacimiento, estaba a punto de ser matizada. "Que nuestra verdad no alcance a los ojos de los extraños" Me dije con la mirada, pidiendo a "chely" acabar con mi castaña revelación.

Ante el reflejo de lo real, no sólo se asomaba mi cabello café y opaco, también algo de canas, invisibles para la audiencia, a quien enfermamente siempre trato de complacer. También la verdadera razón de un llanto bien escondido quería saltarse la reja de unos párpados bien apretados.

-"¿Qué te pasa?"
-"¿Qué te importa?", habría dicho si no se tratara de alguien a quien le debo el favor de hacerme ver fabulosa cuando más hundida me siento.

-"Varias cosas, pero no hablemos de eso aquí, algún día, con café en mano, platicamos"... Sabía a bien, al concertar esa cita, que ella nunca llegaría, que la verdad se mantendría escondida detrás de mis labios, ahí adentro de mi boca, donde los dientes hacen de excelentes guardias. Una mordida en la lengua no es cosa menor.

El cepillo se iba llenando de cabellos sueltos arrancando pensamientos a su paso, sacándolos por los poros de un cuero capilar bastante reseco, casi muerto. "Si me sacan todo, quedaré pelona, nadie quiere a las pelonas, ni Diego Rivera quiso a Frida, ni los esposos a los estragos de una quimioterapia".

Chely, déjame cabello, deja mis mentiras ahí, donde todos las vean.

He fumado más que de costumbre. Tuve que hacerle frente a dos muertes seguidas: la de mi abuelo y la de un amor platónico, que no por platónico fue inmortal. Quizá es que trato de matar mis pulmones, así no grito, ni suspirar podría.

Como una broma, mi hermano de mano del destino, dejaron sobre la mesa un libro de cartas entre Jack Kerouac y Allen Ginsberg. Dos locos amando el mundo, amando el único mundo que concibieron honesto, real: el mundo que ellos dos se crearon.

Entre el olor a peróxido y  la plática de dos cuarentonas recién pintadas, mi mente se escabullía, había que no poner atención en aquello que es importante, y pasaba de página en página, buscando algo que no quería encontrar y para no encontrarlo, fue necesario que en un instante, todos los esfuerzos de la maestra Rosita se fueran por la cañería de la estética, y haber desaprendido cómo es posible leer.
De a poquito, las letras fueron entrando y entonces me perdí entre misivas de dos personajes que se odian y aman tanto como yo a mí misma.

"A woman can be proud and stiff (love is physical) / When on love intent, / but love has pitched his mansion / In the place of excrement"


Me detuve, miré al espejo, y con la libertad de encuerar mis ojos frente a un reflejo desatendido por extraños, leí y releí hasta que las palabras de Ginsberg se guardaron en mi cerebro, protegidas por un cabello ahora ya difícil de arrancar.
¿Qué es el amor y cuando llega la entrega?, ¿Qué es la entrega y cuándo se va el amor?
¿Es posible que una subsista sin la otra? y si lo hace, ¿será protegida por los barrotes del recuerdo? Barrotes de oro, jaula preciosa, guardando cagada. Hay más rubíes fuera que adentro, ¿es así?

No puedo dejar de leer, pero tampoco de escuchar las estupideces que dos mujeres doblemente embarazadas tienen que decirle a su estilista sobre asuntos mundanos. ¿Pretenden o así de simple es su vida?. Sé que en el momento en que yo abra la boca, las dos quedarán calladas, pero ese silencio no es el que necesito para leer.
Me grito todo el tiempo, me grito por dentro, y esta vez, los aullidos de mi alma se combinaban con un par de alaridos pre-menopáusicos. El desorden fue insoportable,

"¡Que alguien las calle, que alguien me calle!"
Es por eso que el suicido llama tanto la atención de quien no quiere escucharse. En el fin, el sonido se pierde, sus ondas no pueden rebotar en la nada.
Pero entonces la distracción también es suicidio, o al menos un attempt de este.
Saco otro cigarro de su caja, y en el hueco que va dejando, meto mis reflexiones como si fueran planos dentro de un tubo de arquitectos.

"Tengo calor, ya lávame la cabeza por favor". Y en eso que se me refresca la memoria.
"Dios mío, acaba con mis raíces, dios mío acaba con lo que me enraíza"- La única que escucha es Chely y aplica el colorante. Adiós castaña, adiós realidad.

-"¿Ya vas a querer que te haga toda rubia?" - pregunta Aracely ante mi decisión de años de permanecer bicolor.
-"No, aún no".- Contesto.

De alguna manera tengo miedo, no todo puede ser mentira. No puedo ir mintiendo enteramente. ¿o sí?
¿Será esa la manera de tener una vida sencilla como la de las dos pre menopáusicas? Quizá, si tiño mi cabello, entre tanto químico se me mueran las verdades, las reflexiones, las pendejadas que me hacen fumar más y más a diario, la promesa de una muerte, como un suicidio asistido por Camel Light.

"Dios, me arde el cráneo y no sé si sea por el tinte o por lo ácido de estas verdades que ya no puedo ocultar". La razón del por qué nos duele se puede ocultar, pero por desgracia la razón es sentimiento y en su mismo nombre lleva la condena de sentirlo eternamente. Lo que se siente no se oculta ante uno mismo, porque vive en cada uno de nuestros sentidos, motivado por un cerebro lleno de lóbulos que saben hacer su trabajo: Ven, recuérda, una puñalada por aquí, otra por allá, estás lista para emprender el llanto.

"No me seques el cabello, así estoy bien".
Es inconcebible para un estilista no terminar su trabajo con un buen secado, sería como un vestido sin forro, zapatos sin suela o pantaletas sin la telita de algodón justo donde reposan los labios de una vagina.

Pero así me marcho, así me subo al auto y así me coloco las gafas de sol, Dolce & Gabanna, que mi madre recibió como regalo de mi padre. Y es entonces que ahí, detrás de un artefacto de amor paternal, me voy llorando hasta casa. Me gotea el pelo, me gotean las pestañas y unos ojos hinchados que no encuentran barrera suficientemente negra para volverse ciegos.

Cierro los ojos, se me olvida que sigo conduciendo una máquina que traga gasolina.
Uso sus llantas como piernas y me desplazo hasta el único lugar seguro que conozco: mi habitación. El enclave de mi ser dentro del reino de mis padres.

Adios raíces castañas, ojalá fuera así de sencillo teñir las raíces de un sentimiento. Las mías serían rosas, el color del llanto puede ser cualquiera, menos rosa.
No more roots.

domingo, 22 de abril de 2012

Si me pones el cuerno, que sea de Unicornio.

Si les gusta el cilantro y lo han comido, casi seguramente han tenido una hojita de esta especie atrincherada entre sus dientes. Por lo general, el lugar favorito de esta planta se ubica entre alguno de los colmillos y el diente de al lado.
Qué vergüenza tengo.
Resulta bastante vergonzoso que alguien lo aviste antes que nosotros y no sólo eso, sino que nos informen de la existencia de un destello verdoso en la blanca dentadura. 

"Oye, hazle así que traes un cilantro en el diente". Y así, cerramos el hocico y hacemos las muecas menos discretas tratando de deshacernos de esta maldita planta con la lengua. 
"¿ya?" - "Sí, ya."
Y aunque ya no tengamos al intruso, tratamos de no abrir mucho la boca, de no reír. El otro lo nota, y seguramente piensa que nos vemos muy imbéciles y que deberíamos relajarnos porque ya no traemos nada ahí. Sin embargo la vergüenza nos dura una media hora, y no es que se nos quite, sino es que se nos olvida. Así después continuamos nuestra vida, riéndonos, hablando, mostrando los dientes. 

¿Cuál es la verdadera causa del bochorno, el tener alojado un cilantro en el dentículo o el hecho de que alguien más lo haya visto?
Humildemente pienso que es la segunda opción. Por eso tal vergüenza pueda ser catalogada como Humillación. 

"La humillación es el acto por el cual una persona es avergonzada generalmente en público", dice el diccionario y yo replicaría: creo que para ser humillado tiene que haber una audiencia que constate la vergüenza de uno. Por lo que considero que no es "generalmente" en público, sino forzosamente en público, aunque el público no sea mucho.

Así me siento; así humillada, así con un gran cilantro entre los dientes que no me puedo quitar y no importa cuantas muecas chistosas haga, cómo mi lengua se mueva, de todas formas ahí está ese pedazo verde que viola cualquier brillo en mi sonrisa. 

Tengo la sospecha de que mi pareja se siente atraída hacia otro ser humano que no soy yo. Estoy muy segura, ya no sólo es sospecha. Ya no soy solo yo creyendo que traigo un cilantro entre mis risas, ya me lo hicieron notar. Ya hubo un público que constatara que al comer, no mastiqué bien y que un pedazo de planta se ha quedado en mi boca, posando ante todos, sin inhibición alguna. Ya he sido humillada.

Al principio parecía ser una locura. "Mi amor, creo que traigo un cilantro en el diente, mira" y abría la boca tan grande como podía, mi pediatra de la infancia se hubiera sentido orgulloso de mí, no era necesario utilizar un abate lenguas para que Tani mostrara su campanilla con un gran "aaaaa".

"Estás loca mi amor, no traes nada"; "Pero fulanita me dijo que sí lo vio, sutanito me dijo lo mismo y hasta Pepito, el de los chistes, se mofa de mi sonrisa verde"; "Claro que no, no traes nada, no seas exagerada".

Queridos lectores, si ustedes sienten que traen algo en el diente, es casi seguro que lo traen. Pero si le preguntan al taquero, lo más probable es que les diga que no, que están locos, que sigan tragando y le pongan más verdurita a su taco. 

No me había importado mucho lo que fulanita, sutanito y Pepito me hubieran dicho. No me había importado hasta que esta mañana mi madre, quien estoy segura me ama y quien desea evitarme a toda costa humillaciones y corazón roto, me informó de lo que vio. Lo que vio yo ya lo había visto, pero "estaba loca", no había que hacerme caso. 

Sí, soy una mujer celosa, pero no, nunca había visto cosas así. Nunca me había sentido así, siempre era yo la del cuerno, la del cuerno de unicornio que hacía lo que quisiera, lo que la hiciera feliz. Me la he pasado defendiendo este principio los últimos 15 años de mi vida, pero también me he sentido culpable de haber hecho sentir a otros tan mal, o haberlos humillado ante una audiencia conocida y común para ambos. Creo que en ambos casos, yo siendo el unicornio o yo dejando ver a otro como un toro cornudo, lo que más ha dolido es haberlo hecho delante de otros. 
Estoy casi segura que lo que hace a mi último exnovio no perdonarme, no es el hecho de haberle dado el taco con cilantro, sino que todos le miraron el cilantrazo en la sonrisa. Eso es sumamente vergonzoso, y como ya dije anteriormente, la cura contra la vergüenza es sólo el tiempo, el olvido del episodio. 

"Aguas hija, aguas, que la edad me ha hecho sabia, y lo que yo veo ahí seguramente existe. Aguas hija, no te lo mereces".

Cierto, no me lo merezco, pero tampoco me merezco sufrir haciendo lo que creo que debo hacer: ponerle fin a la situación, antes de que el teatro se llene, antes de que todos puedan ser testigos de mi cilantro.

Me duele el hecho de que el hombre que yo amo mire a otra dama con los ojos que antes me había dedicado; o que el tiempo aire de su celular lo utilice en un número que ni siquiera comienza con los dos dígitos míos. Me duele saber que aquella afirmación de que siempre habrá una mejor que uno sea real, y me duele estarlo presenciando. Pero lo que más me duele es que tenga que venir fulanita, sutanito, Pepito el de los chistes y mi progenitora a "hacerme ver" algo que yo ya he visto y he intentado pasar por alto. 

No sé por qué, pero el temor de quedar como una pendeja es tan grande que creo se ha convertido en una fobia. "vermependejafobia" es el nombre del mal que me aqueja. 

La civilización humana, en su infinita sabiduría, ha creado citas y frases célebres de dominio público y en casi todos los idiomas señalando lo mismo: "Si el río suena, es porque agua lleva". 

A veces uno puede confundirse, a veces uno puede creer que escuchó un caudal de agua rabiosa y en realidad no ser más que una motocicleta avanzando a toda velocidad. Pero si ya dos, tres, cuatro personas escuchan al agua llevar, seguro es porque se trata de un río. Y este río está lleno de aguas negras que no sólo suenan, sino que apestan.

Como el animal social que somos, sólo queremos ser aceptados y que ese carnet de miembro de la sociedad venga acompañado de cupones de amor, que puedan ser canjeables y de por vida. Primero yo sólo quería que alguien me quisiera, luego, sólo quise que él me quisiera... Luego yo sólo lo quise, luego él también me quiso, luego llegó el río.

Sentirse rechazado es horrible, sobretodo por la persona que uno bautiza como "especial", como "novio" o "novia", "esposo" o "esposa", "amigo" o "amante.  Sentirse rechazado es sentir que uno muere poquito, uno muere estando vivo, uno vive su muerte. Lo magnífico de la muerte "real" es que uno está muerto y por ende no puede sentirla, pero si uno muere vivo, chale, es cómo ser enterrado en el ataúd cuando aún se puede seguir respirando... Se siente como poco a poco se va acabando el aire, como el pecho duele, cómo el pecho duele tanto que parece se nos va a reventar. Lo malo es que sí se nos revienta, y sin anestesia.Y así empapados de sangre y sollozos, uno tiene que seguir viviendo, porque el puto corazón no deja de latir aún sabiendo que con cada latido nos mata viviendo.

Así pienso que me van a "poner los cuernos". Tal expresión viene de un cuento del siglo XV donde un pintor recién casado tiene que ir a cerrar algunos negocios con sus cuadros a un país lejano. Para asegurarse que su mujer no le olvide, le dibuja debajo del ombligo un corderito. La mujer sufre por la ausencia de su pintor y esposo, pero conoce a un amigo que le hace compañía. Primero todas las mañanas, después todo el día. Y pasa lo que pasa cuando dos personas conviven demasiado: se quieren, se enamoran o al menos se necesitan y se encueran para mostrarlo. 
El dibujo del cordero se borra y presionada por el pronto regreso de su marido, la mujer le pide a su amante que le dibuje el mismo animal que tenía antes de haber sudado sobre su cuerpo. El amante lo hace, pero en lugar de un cordero dibuja un carnero. 
El esposo vuelve y se da cuenta que el cordero de su mujer ahora tiene cuernos. Le puso los cuernos. 

Así, mi cilantro reposa en mis dientes; mi río lleva aguas negras, y el dibujo de una yegua hermosa ahora se vuelve unicornio. Me cuesta trabajo creer que así pasó, que mi jinete me dibujó unicornio.
Quisiera que no fuera real, estar loca, y como loca, que nadie hubiese visto lo que yo ví.

Soy un unicornio, una yegua con cuerno, un unicornio al que algún otro ahora debe querer. 



lunes, 16 de abril de 2012

¿Tatuajes o Carriolas?

Me quito las botas para subirme al juego de infantes.

Cumplí treinta años. Si hubiesen sido 20, los hubiera escrito con número, no con letra. Pero creo que los treinta merecen que typee más de dos dígitos. Que mis dedo trabajen un poco, como lo ha hecho mi cuerpo entero durante estas tres décadas.

No soy lo que imaginé sería. No me acuerdo si quiera qué imaginé para mi vida en este momento, pero cualquier cosa que hubiera imaginado no se hubiera vuelto realidad. Por qué? Pues porque así es la vida. Te da un golpe justo en el blanco que no estás defendiendo, te llega justo dónde no estás cuidando el ingreso de sorpresas o eventos desprevenidos. Así es la vida, un trozo de papel en el que no se puede escribir presagios sólo eventos pasados.

No estoy casada. No tengo hijos. No tengo casa propia y no estoy dada de alta en la Secretaria de Hacienda. No tengo seguro social ni Fondo de ahorro para el retiro. No tengo un anillo de compromiso en el dedo. No tengo hipotecas ni seguros qué pagar. No tengo deudas en ningún banco y mi historial crediticio es inexistente. No tengo un árbol sembrado ni un libro escrito. No tengo quién cama compartida y los únicos que me esperan lo hacen dormidos y son mis padres. Sí, tengo treinta años y vivo en casa de mis padres. Todo fue porque necesitaba un lugar a dónde llegar y llorar sin secarme las lágrimas e ir a trabajar para pagar renta. Soy una mujer... Eso dicen, las mujeres tenemos treinta y tantos, o al menos treinta. Soy una mujer, no soy niña, no soy adolescente, soy una mujer.

No tengo nada más que historias:
Cuando cumplí un año y medio tuve una hermana, que se volvería mi mejor compañera.
Cuando cumplí 5 años me dio mis primeras puntadas el primer hombre del que me "enamoré", un doctor de un hospital de la cruz roja.
A los  6 un niño obeso me dio mi primer beso en el kinder.
A los 7 Armando, mi compañero de segundo de primaria, fue el primero en romperme el corazón.
A los 8 me dí cuenta que el exceso de gansitos y el ser niña regordeta trae consigo problemas sociales.
A los 9 conocí a una mujer sin mano.
A los 10 descubrí que el "maestro" no siempre es el ser más sabio.
A los 11 tuve miedo por primera vez, a consciencia.
A los 12 decidí darle mi vida, aunque fuera pequeñita, a un muchacho.
A los 13 conocí el desamor, el verdadero desamor, ese que te hace poner canciones tristes y llorar sin importar si los mocos se mezclan con las lágrimas.
A los 14 comprendí por qué existía un seguro en los picaportes de las puertas de una habitación.
A los 15 tuve mi primer amor platónico y lo conocí.
A los 16 fingí por primera vez estar enamorada.
A los 17 me dí cuenta que los países sufren tanto o más que los individuos.
A los 18 me puse una pedota en público.
Y así sucesivamente.
Lloré muchísimo y sobreviví. Las lágrimas no deshidratan.

Tengo muchas historias, como todo aquel ser humano que sigue vivo.
Sólo que yo las escribo, así que tengo muchos cuadernos llenos. Como el que comencé a los 21 años, donde tengo anotado cómo fue dormir en la calle en Paris y comer de todo aquello comestible que me encontraba en la basura.
He hecho muchas cosas, pero muchas de esas cosas creo que fueron un sueño, y como tal, no me las reconozco.

Si alguien llegara y me platicara mi vida como suya, creo que lo admiraría. Porque de verdad, queridos lectores, he hecho muchas cosas que ahora me cuesta trabajo admitir que hice, y no por vergüenza, sino porque no creo que yo haya sido capaz a tan corta edad de hacer.
Nunca aprendí a nadar, pero soy feliz.

Me cuestiono mucho, sobretodo los deberes que no he llevado a cabo teniendo la edad que tengo. Me pesa saberme sanguijuela, saber que sigo en casa de mis padres, saber que no tengo ganas de usar mi pasaporte pronto, porque eso es lo único que uso más que la cabeza.
Aquí me voy a quedar un rato.
Lo único que hago es rayarme. Sí. Recientemente mi padre me ha pedido que deje de hacerlo. No porque a él no le gusten mis tatuajes, sino porque como aquella vez a los 15 años, me dice "la gente no te va a aceptar toda rayada". La gente de por si no me acepta papá....

Qué chingados se debe hacer a tal o cual edad? Quién sabe. Uno solo puede decidir eso, pero al compararse con los contemporáneos, los que elegimos caminos raros siempre terminamos cuestionando nuestras decisiones.
"No pareces de 30", lo dicen quienes no escribirían con letras el número. Y sí, no lo parezco. Pero, ¿qué tal que no lo parezco porque he hecho lo que he querido?, ¿Qué tal si la verdadera fuente de la eterna juventud es hacer lo que uno desea? Quizá por eso me vea joven. Porque dije no de joven y porque dije sí de adulta.
Desde abajo, todo se ve más alto.


Quién sabe. La verdad es que estoy escribiendo patrañas, patrañas de adulta. De una mujer que si de algo está orgullosa de ella misma, es de que nunca he hecho lo que se espera que haga. Por eso me veo joven, porque se espera que luzca de otra manera, pero hasta eso mandé al diablo.

Por eso cuando veo juegos infantiles en algún lado, pues me subo. Al diablo el tamaño recomendado, al diablo el peso sugerido, al diablo el número de hijos insinuados, al diablo el trabajo indicado. Al diablo todo aquello que parezca que es lo que debo hacer. Por eso hago todo aquello que me viene en gana... De todas formas algún día vendrá un pequeño arrepentimiento en el corazón, pero qué mejor manera de aniquilarlo pensando "Pues eso lo decidí yo".
Por eso me veo joven, porque la rebeldía nunca debe morir, ni aún a los treinta.

Siempre se puede llegar a la cima, sólo es cuestión de saber dónde creemos que es lo más alto.


P.D- Esta entrada de blog es una basura.

jueves, 22 de marzo de 2012

L as Loyalty. L as Loneliness

No me vean
Un día como cualquier otro, revisaba las repisas de libros que cobijan a la televisión de la sala de mis padres. Eran las 11 de la mañana, yo aún traía pijama. En la planta baja estábamos sólo Chayo, la mujer que nos ayuda en las labores de la casa, y yo. No sabía que estaba a punto de encontrar una frase que haría estallar mis ojos, como dos presas que no pueden más el agua. "El hombre es el único ser vivo que se sabe solo".
Inmediatamente giré mi cabeza hacía el jardín. Ahí estaba bugui, mi perrito de 5 años. Pobre Bugui, está solo, sin nadie más de su especie al rededor, sin nadie que le responda sus ladridos, sin una pareja a quien olerle la cola cada vez que ésta esté en celo. Bugui, ante mis ojos, se volvía el protagonista de la frase "solo como un perro". Y no fue hasta que ví mi reflejo en la puerta de cristal que separa la sala de estar y el jardín que me dí cuenta había alguien que se sentía más sola, y no era Bugui... Era yo.
Corrí a mi cuarto, encendí un cigarro y con la mano libre tomé la pluma fuente que me regaló Adolfo en Navidad. Escribí la frase en el cuaderno que guardo para mis cuentos y paradójicamente me dí cuenta que no tenía a alguien con quien contar.
Por eso escribo, porque me callo, y si me callo mucho me da cáncer. Todas mis historias están basadas en hechos reales que no cuento a casi nadie, que en todo caso, muestro o regalo para que lean. Soy un cofre, y no hay precisamente joyas dentro.
Perdí a una amiga, quizá la relación más estable y duradera que yo hubiera tenido con un ser humano que no llevara mi apellido al final de su nombre. Y creo que quizá ella era la única persona que realmente me conocía... Bueno ella y mi terapeuta, pero ella no es mi amiga, ella es mi psicóloga. No me río con ella, ciertamente no criticamos juntas, no me acompaña de compras ni me abraza cuando lloro por algo. Ni siquiera compartimos cigarros juntas. No bebemos juntas, no nos desvelamos juntas, no la consuelo, no le digo que la quiero, no me acuesto con ella en su cama para ver la tele, y evidentemente no le platico lo que ella me dijo a ella misma.
Desde hace meses que esa relación no existe. Y así como uno se siente cuando se termina una relación de noviazgo, eso siento en este caso. Es normal sentirse solo o vacío cuando uno se separa de alguien, es normal recordar solo los buenos momentos, es normal idealizar a la persona, es normal echarse la culpa de la separación, es normal odiarlo tantito, es normal sentirse anormal y es normal sentir que todos aquellos seres humanos que nos ven en la calle (o peor aún, que nos conocen) saben que nos han "dejado" o que hemos terminado con alguien. Creo que todo eso es normal, lo que no sé si sea normal es cómo lo voy viviendo yo.
a veces me asomo poquito.

Para las personas que hayan leído esta columna con anterioridad, no será sorpresa saber que yo no me siento dentro de la norma, así que la pregunta, aunque retórica, a cerca de la normalidad de mi sentimiento, es estúpida.

A partir de entonces me he puesto a leer muchísimo, una locura. Dos o tres libros por semana, eso jamás me había pasado, no por gusto, tal vez un par de veces antes por deber estudiantil. Quizá porque he querido distraerme, quizá porque mientras leo alguien más es el protagonista de una vida y no tengo que mirar la mía.
Decía Ernest Hemingway "There is no friend as loyal as a book" y justo eso pasó. Los libros no cambian de acuerdo a tu estado de ánimo. Los libros tienen historias escritas, plasmadas, que no cambian.Los libros tienen la maravillosa cualidad de no ser volubles y aún así hacernos reaccionar de maneras distintas. Suave es la noche de Fitzgerald es igual de suave en mi edición del 2010 como lo fue en su primer tiraje en el 1933.
Cuando leo un libro siento que alguno de sus personajes se vuelven mis mejores amigos, que el autor es mi íntimo y que sabe todo de mí, como yo sé todo de sus personajes. En un libro, ninguno de los protagonistas se pueden esconder. Aunque lloren a puerta cerrada, se sabe cuántas lágrimas y cuántos mocos soltaron. Se sabe cómo fue el sexo con tal o cual personaje, se sabe lo que siente por fulano y lo que sutano siento por el primero. No hay escapatoria, en las novelas la vida es transparente. A los personajes se les dota de una sinceridad que jamás fue de su elección. Así el autor se vuelve como un dios que les impone características y futuros definidos. Así los lectores nos volvemos omnipresentes, casi dioses, que pueden verlo todo.

A veces me asomo más que poquito.

Quizá esa aquello expresa la propiedad de la amistad, quizá por eso siento que ellos y yo somos amigos. Porque somos claros, porque ellos son transparentes y de alguna manera yo lo soy cuando los leo. Quizá es por eso que desde pequeña, mi primer amiga fue la niña de la caja de cerillos de Andersen. Con ella lloré y mostré mis más puros sentimientos de empatia sin sentirme rechazada o al menos, sin miedo a serlo.

A mis casi 30 años estoy rodeada de personas. "Amigos", gente a la que aprecio, pero gente a la que jamás en la vida me le he desnudado (metafóricamente) enfrente. Salvo por este blog, la gente no sabe cómo soy o lo que siento. "Tani, la mujer con máscara desde 1982", diría la introducción a mi ser.

Gracias a las redes sociales y a mis tremendas ganas por publicar mis estados de ánimo reales, la gente se ha dado un poco cuenta de cómo soy o como me siento, pero en la interacción física, los humanos con los que comparto fiesta, alcohol, música y risas fuertes, no saben que casi siempre me está cargando la chingada. La única persona que lo sabía se fue, se esfumó, "qué bonito!" diría Sid, el niño malo de Toy Story.
Tengo un secret heart, y ni mi familia ha llegado a conocerle.

A veces, cuando me pongo a pensar en quién soy, lloro. Bueno eso de aveces fue por hacerla leve. La verdad es que siempre que pienso en quién o qué soy lloro. A veces mucho, a veces poquito, pero siempre hay lágrimas. No sé si son bitter o sweet, pero son lágrimas.

¿Qué soy?, ¿la muchacha de pelo rubio y castaño que ríe y se pone ropa rara?, ¿la niña que no tuvo amigos en la primaria, secundaria y preparatoria?, ¿soy la hija que trató siempre de ser un ejemplo?, ¿soy la mujer que toma una sesión terapéutica cada semana?, ¿soy la mujer que visita al psiquiatra cada 15 o 20 días?, ¿soy la hermana mayor?, ¿soy la mujer del cuarto decorado padre?, ¿soy la novia de Adolfo?, ¿soy la ex de muchos otros?, ¿soy la ex amiga?, ¿soy la mujer que quiere cambiar el país pero que le da hueva todo el trámite?, ¿soy la mujer delgada y temerosa tirada sobre el piso mientras un ladrón puberto me pateaba tratando de quitarme la bolsa?, ¿soy la nieta del "maestro"?, ¿soy la muchacha sin abuelas?, ¿la chica que escribe un diario público?, ¿qué soy?, ¿soy todo eso y qué más?...
triste.

Hasta las gafas con aumento me quito en público. Si tengo que manejar las uso, pero una vez llegando a mi destino, me las quito y las guardo en la bolsa, no me importa si mis lentes chanel de 450 dólares se rayan. Algo está mal en mí, como para querer esconder tanto. Digo, hasta el pelo me lo pinto. Tantos picos en mis muñecas, tantos anillos en mis dedos, tantas telas colgando de mis hombros y caderas, esas botas que borran cualquier sentido femenino de mis pies... Tantos tacones tratando de hacerme lucir más alta. Tantas frases y tanto nerviosismo por contestar un simple "¿y tú qué haces?" a un extraño. ¿qué soy? Yo no sé y lo peor es que ustedes tampoco, nadie me puede decir.

Creo que por eso no he podido crear vínculos duraderos con más gente, porque no soy sincera, no soy como  esos personajes de novela que aunque cierren la puerta para berrear, les podemos oler el sufrimiento. Tampoco muestro felicidad, creo que porque siento que no me la merezco o que no es bueno mostrarla delante de otros, porque a mí me caga que alguien se pasee por la pasarela de la vida con el sombrero que yo no podido comprar (el de la felicidad, que está super in).

Todos nacemos solos, sí. Todos morimos solos, si. Pero y mientras? viviré sola también?
Gracias a la señora ruptura y el crónico malestar que provoca su visita, he pensado mucho a cerca de la lealtad. ¿Qué es la lealtad? Digo, ya busqué su significado en diccionarios y wikipedia, pero qué es? qué la hace vivir? qué la hace desaparecer?
El poeta Alexander Pope decía que en la historia, había más anécdotas de perros siendo leales que de amigos siéndolo. ... No puedo escribir nada después de ésto... Es como si ese Pope conociera mi situación.

Me siento sola, y no es que a veces no lo disfrute, es que desearía no estarlo siempre. Que fuera una condición decidida por mí, no una condición dada ya que todas aquellas personas que conozco no desean que nos acompañemos.

La soledad momentánea es vista como algo bueno, mientras que la que dura largos periodos es vista negativamente, salvo por los monjes. Oh sálvenme monjes.Pero como no soy uno de ellos, si no que formo parte de una sociedad donde la soledad no es bien vista, pues yo soy un ser raro que se refugia en la escritura y en la lectura, para conocer "gente", gente que no existe.

Aristóteles, soy un animal poco social. El zoo politikon (animal social pa los que no sepan) no es tan politikon, pero por eso mismo sufre, o sea que sí es una de mis características, porque sino no sufriría de no serlo.

Me aterra que me vean sin máscara. Me aterra hacer amigos reales, amigos que me vean.
Sólo a través de las letras puedo mostrar quién soy, sólo puedo hacerlo porque no veo las caras de quiénes leen esto.
Sin máscara, al menos por aquí.

viernes, 9 de marzo de 2012

El que se lleva (a la cama), se aguanta.

Son la dos de la mañana y acabo de servirme un whisky doble. Llevo dos sorbos que me saben dulces. No es el roble en el que estuvo guardado, y no es ningún sabor añadido al Johnny Walker etiqueta verde que le regalaron a mi padre en la Navidad, lo dulce es el sabor de la reconciliación.
Casi nunca escribo su nombre en este blog, a pesar de que muchas veces he escrito sobre lo que él me hace sentir, pero creo que hoy es el momento perfecto para mostrarle al mundo, (sí, a esos dos lectores que tengo), cómo se llama el único ser que me ha visto desnuda últimamente, sin contar al nieto del jardinero, de unos 8 años, que me vio sin blusa y sin brasiere por error, mientras recogía el pasto caído en batalla y aniquilado por su abuelo, frente a la puerta de mi cuarto.
Cuando no podíamos tocarnos.

No voy a hablar de cómo lo conocí, ni de las pinches mariposas monarcas que sentí en la panza estando en Canadá, anidando en mi esófago provenientes de Michoacán. No voy a hablar sobre lo hermosa que fue la primera noche juntos, ni de cómo fue de desastrosa nuestra despedida/divorcio. No voy a hablar de su cabellera larga y enredada, donde a veces he guardado secretos que ni él entiende. Tampoco voy a hablar de sus dedos manchados de pintura, acrílica por casas, de óleo por sus lienzos. No voy a hablar de su amor por una guitarra inexistente ni de cómo me hizo llorar las primeras semanas de nuestro romance. Voy a hablar de lo que casi ninguna pareja quiere hablar: Nuestros pleitos.
Esta foto me la tomé con SU cámara la primera vez que dormí en su casa. Quería dejarle un recuerdo eterno, no creí que duraríamos.

Como muchas parejas, peleamos por varias cosas: "No dijiste lo que quería escuchar"; "No atendiste el teléfono de prisa"; "Me hiciste cara fea"; "No tendiste la cama como me gusta"; "No te importé"; "No pensaste en mí cuando hiciste ésto o áquello"... "¿Te acuerdas de aquella vez que yo dije que sí a algo que quería decir que no? pues ahora te la cobro". Peleamos porque deja basura en mi auto o porque no alisa las sábanas de mi cama después de estar acostado en ella.
Peleamos porque le quedo mal en la hora, o porque no le aviso que siempre no voy a poder ir a una cita concertada. Hemos peleado porque me pongo borracha y él aún está sobrio; peleamos porque le digo que estoy gorda y él me dice que estoy hermosa.
Esta es de la primera vez que hubo amor en mi casa, la tomó él con mi cámara.

Peleamos porque quiero que piense lo que yo aún no he pensado.
Peleamos porque uno quiere sexo y el otro no.
Peleamos porque uno quiere estar a dieta y el otro quiere ordenar pizza.
Peleamos porque uno es vegetariano y el otro cree que eso está de moda.
Peleamos porque soy una exigente y se me olvida que le exijo a alguien que me ama.
Peleamos porque soy mandona; peleamos porque él quiere que yo reaccione, o viceversa.
Este día me pidió que fuera su novia.

Pero, ¿pues es eso lo que hacen las parejas no? Entre los besos, las caricias, las idas al cine, las cenas, las pizzas o sushis y las copas de vino, o entre las noches compartidas, la pelea (el desencuentro), busca un espacio para ejercer distanciamiento... Sólo se pelean quienes son cercanos.
Todos quienes amamos, hemos peleado a quien amamos. Si combatimos es porque tenemos una tierra común, que a veces es una cama.
Creo que hay cierta sanidad en combatir, demuestra que ambos estámos vivos, que ambos seguimos siendo individuos, que no nos hemos alienado, que dentro de esa pareja, aún hay pequeños rasgos de nuestra muestra heterogénea. A mí me encanta el pescado crudo, él no lo soporta. Yo amo el vino tinto, a él le da náuseas.
Cuando empezamos a vivir juntos, nuestra casa de amor. 

Su nombre es Adolfo Guerra, y él es mi batalla, la única que quiero luchar, el único ejército en el que me he enfilado.
En su apellido llevo la causa, y en mi nombre él lleva la suya: Tani significa "iluminada" en zapoteco. Sí, mi mamá es algo hippie.
Nuestra primer salida a desayunar como esposos. 

En una pelea lo más importante, en mi opinión, no es el poder ganarla, sino el poder reconciliarse. No es quién pudo más, sino Qué pudo anteponerse ante el doloroso triunfo del otro: te amo y prefiero seguir contigo.
Cuando mi Adolfo me llevó a comer un pan como el de Audrey Hepburn en Breakfast at Tiffanys por primera vez.

Me gusta pensar que somos él y yo contra el mundo.
"En la calle codo a codo somos mucho más que dos". Decía mi madre en voz alta cuando yo era pequeña, parafraseando a Mario Benedetti mientras iba manejando en el auto a mitad de camino entre mi escuela y la oficina de mi padre.
Aquí ya teníamos varias reconciliaciones. 

Así, peleados o no, Adolfo Guerra y yo vamos codo a codo en la vida, aunque a veces dejemos de sujetarnos las manos... Pero ¿qué ejército no tiene problemas internos? El ché tuvo que dejar el codo de Fidel; la revolución Mexicana dejó el codo de Zapata. Los gringos y los rusos se súper alejaron los codos al tirar el gobierno Nazi en Alemania. Sin embargo, ellos no tuvieron reconciliaciones... Mi Guerra y yo las tenemos, y eso nos ha hecho un ejército mucho más fuerte, aunque a veces le hagamos ojitos a los contrincantes.

Él me quiere tal y como soy, y yo lo amo por lo que es.
Aquí el amor había crecido tanto como su cabello

Algunas veces me ha llegado a importar lo que los otros ven de él. Soy humana, me afectan los juicios que hacen los otros. Pero el tiempo me ha hecho ver que esos otros ni siquiera pueden verme bien a mí, entonces cómo podrán ver bien a mi pareja? Digo, no me conocen tanto como él me conoce. No saben qué cara tengo a las 6 de la mañana, con sólo tres horas de sueño, enojada porque tengo que ir a trabajar con una cruda gigantesca. No me han visto hambreada, ni me han visto odiando algo mío. No me han visto siendo el monstruo que puedo ser. Adolfo en cambio, conoce a Mr. Jekyll y Hyde, y no se asusta. A los otros sólo les muestro el rímel y el labial chanel 09 lover. Adolfo me ha visto los labios resecos y los ojos rehúmedos, manchados por recuerdos casi siempre negros, como la mascara givenchy que uso.
La vida es hermosa, y brilla más a su lado.

Adolfo me ha visto gorda o flaca; aguada o firme, y en ambas ocasiones me ha dicho que soy hermosa. Me ha visto llorando, odiando, maldiciendo y tirada en el suelo. Los otros sólo sonriendo, amando y levantada cual árbol en primavera.

"Amar lo bueno es demasiado fácil, lo importante es que la quieran a una por sus defectos" Decía en el libro La Eternidad Comienza por fin un Lunes, y fue un lunes el día que conocí a Adolfo.
Estar lejos nos hizo más cercanos.

Cuando mi abuela materna murió, hace 20 años, mi abuelo Carlos escribió: "El hombre que quiere a una mujer no le puede decir, te quiero porque eres bonita, santa o rica, si en verdad la ama tendría que decirle te quiero porque eres tú". 
Y creo yo, que mi Guerra me ha querido por ser lo que soy, el soldado que a veces le voltea la cara, el soldado berrinchudo, el soldado llorón y enojadizo, el soldado que nadie quiso por lo anterior, por ser lo que soy.
Llegamos al punto en el que sólo yo sé descifrar sus getos.

Cuando tenía 18 años tuve un novio a quién yo quise amar como si el mundo estuviera a punto de fallecer, como si ese atardecer fuera el último ante nuestros ojos, como si quisiera arrancarme el corazón en su máxima potencia, para demostrar cuánto podía yo amar. Quise amarlo, quise amarlo tanto, pero gracias a dios él no me lo permitió: "Tani, ya no quiero andar contigo, eres demasiado complicada, te deprimes siempre". Sus palabras fueron un relámpago cargado sobre la copa más alta del árbol de mi ego. "No te quiero porque no eres fácil de querer" Parecía que me decía.
Pinche Juan Carlos (creo que era su nombre).
Sus labios saben a creme brule.

"No puedo Adolfo, tengo miedo, soy una Almendrita" Fue lo primero que le dije, que le dije en serio, desde el corazón. "Tú no eres Almendrita, eres un gigante". Fue lo primero que me dijo, que me dijo en serio, desde el corazón.
Juntos somos la fogata más recia. 

No creo en el amor eterno, ni creo que sea para toda la vida. Pensar en el futuro es pesado, y a mí no me gusta cargar más allá del peso que puedo ver, del que tengo presente. Ahora lo amo, ahora me ama, hoy peleamos, hoy nos reconciliamos. Eso no es garante de que así será siempre, pero ¿qué importa el siempre cuando no se puede tener en el momento?

Hoy cada quien tiene su cama, pero falta poco tiempo para que volvamos a compartir un campo acolchonado de batalla; donde otra vez su apellido haga gala. Sólo espero que las sábanas moradas que compartíamos sigan apasiguando las llamaradas de dos personas tan intensas que un king size se vuelve necesario.
Adolfo Guerra es la única guerra que también es cuartel.

Nos vemos tan bien juntos, que hasta otros nos toman fotos.