viernes, 21 de octubre de 2011

Culpable.



No hay razón aparente para que yo  no desee el matrimonio. Mis padres siguen juntos, después de 30 años y en mi familia inmediata, no existen huellas del devastamiento que deja un divorcio, ni en hijos que son mis primos, ni en adultos que son mis tíos.
Pareciera que todo está en orden, más no es así.
Soy una mujer de 29 años que no tiene planes de casarse en el corto o mediano plazo. No tiene planes, pero no estoy segura si no lo deseo, aunque mi padre crea lo contrario.
A los 16 años, durante una reunión familiar, Javier, mi progenitor, afirmó a forma de pregunta:  "verdad que tú no quieres casarte?" y desde ahí supe que tenía que tener una respuesta al evento de consumar, socialmente, la unidad paradójica de una pareja.

Mentiría si dijera que no me he imaginado vistiendo miles de capas de tul blanco, corona de flores amarillas y un velo de encaje blanco que marcara mi paso sobre el suelo.
Alguna vez miré en una revista un vestido que pensé sería el que utilizaría el día de mi boda. Y aunque no he comulgado desde 1989, pensé que para ese día tendría una hostia posada sobre la lengua y al amor de mi vida en mi flanco derecho. No he conocido a nadie que se aviente el tiro, y tampoco yo me lo aventaría por nadie que conozco. No porque no haya amado profundamente, sino porque tengo miedo... Y no del matrimonio, pues ya he vivido en pareja; sino por el miedo que le tengo al quedar mal frente al señor Principios.

En mi mente, y seguramente en la de alguien más, el casarse es de estúpidos. ¿Quién quiere vivir dentro de un régimen unitario?, ¿Quién quiere decir "sí, acepto" a un montón de reglas impuestas por alguien más en el bien de una familia que aún ni existe?; parece que muchos, y a veces, parece que yo, pero no puedo decirlo en voz alta.

Para todo aquel que aún no lo haya vivido, dormir acompañado es maravilloso.
Escuchar a alguien más respirando al lado de uno es la confirmación de que se sigue vivo.
Despertar con alguien al lado, es el viaje más barato y sencillo a la vida en sociedad. Ahí hay alguien con quien se puede intercambiar las primeras palabras del día; y si ese alguien sigue dormido, se pueden intercambiar los primeros silencios también.
Adornar una casa a partir de los gustos de dos, permite ver a la nobleza desembolverse. "Prefiero el azul sobre el verde"; "Esa lámpara me gustaría más allí"; "habría que esconder el cable de la tele"; "Prefiero tener las plantas en la terraza".... Y así uno cede y el otro toma; el otro cede y uno conquista.

Y aunque no es menester casarse para tener ese tipo de discusiones, parece que yo quiero cumplir con el requisito social, aunque socialmente yo parezca alguien que está en contra. Y lo parece porque lo he dicho abiertamente, y lo he dicho abiertamente porque quiero que lo parezca, porque esa es la mujer moderna, la que no sueña con el vestido y la fiesta protagónica; la que no sueña con abrir una mesa de regalos llena de todos aquellos utensilios y adornos que se permite elegir en una tienda departamental, sin importar el precio, sobretodo porque una no es quien los paga.

Hoy "tuve" que negar mis aspiraciones mundanas frente a mi padre. Y "tuve" que hacerlo, porque tengo una reputación que cuidar delante de mi progenitor: "Triunfaste papá, no tienes una hija ordinaria, tienes una hija inteligente". Como si fuese estúpido soñar con tener algo que socialmente está permitido tener o al menos soñar con...
Así mejor, llego a mi casa, que ahora comparto con ellos, por many things; me pongo un whiskey y escribo sobre lo que me gustaría pero no puedo admitir que deseo.

No he pensado en el compañero ideal para ello, creo que sólo quiero la fiesta. Bien podría casarme conmigo misma, pero no es lo mismo, no creo que la gente me regalaría cosas, además, me hace ilusión bailar el vals, y para ello se necesita de otro.

He amado mucho, pero a ninguno de mis depositarios de amor les he contado mi secreto.
Ustedes, dos lectores, son los primeros a quien confieso que me gustaría vestirme de capas de tela, parecer princesa. Comer lo que yo elija que comamos, bailar lo que yo elija que bailemos, vivir con quien yo elija despertar todas las mañanas, haciendo un contrato público y social.

Confieso que me siento culpable por desearlo y que espero que con el tiempo el deseo desaparezca.
Porque por desgracia, en esta sociedad, para ser una triunfadora, una tiene que renunciar a los cánones femeninos, a los roles adscritos, a ser ama de casa, para ser ama de la vida propia.
Por eso, a mis casi treinta años, me pinto el pelo para parecer más joven y río y tomo sola, y escribo en las noches, mientras nadie me espera en la cama. Porque quiero tanto no ser convencional, que amar se vuelve un obstáculo, o al menos así me lo parece.

Poco a poco iré viendo como mis antiguas parejas caen rendidas ante el sueño que me he resistido a soñar. Y así, quizá, me iré arrepintiendo de no hacerlo público.

Parece que más que los principios, los temores son los que nos rigen, sobretodo mientras más adultos nos volvemos.
Ojalá que en diez años, mire atrás y sea porque haya ido muy por delante de mis expectativas.

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