Si les gusta el cilantro y lo han comido, casi seguramente han tenido una hojita de esta especie atrincherada entre sus dientes. Por lo general, el lugar favorito de esta planta se ubica entre alguno de los colmillos y el diente de al lado.
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Qué vergüenza tengo. |
Resulta bastante vergonzoso que alguien lo aviste antes que nosotros y no sólo eso, sino que nos informen de la existencia de un destello verdoso en la blanca dentadura.
"Oye, hazle así que traes un cilantro en el diente". Y así, cerramos el hocico y hacemos las muecas menos discretas tratando de deshacernos de esta maldita planta con la lengua.
"¿ya?" - "Sí, ya."
Y aunque ya no tengamos al intruso, tratamos de no abrir mucho la boca, de no reír. El otro lo nota, y seguramente piensa que nos vemos muy imbéciles y que deberíamos relajarnos porque ya no traemos nada ahí. Sin embargo la vergüenza nos dura una media hora, y no es que se nos quite, sino es que se nos olvida. Así después continuamos nuestra vida, riéndonos, hablando, mostrando los dientes.
¿Cuál es la verdadera causa del bochorno, el tener alojado un cilantro en el dentículo o el hecho de que alguien más lo haya visto?
Humildemente pienso que es la segunda opción. Por eso tal vergüenza pueda ser catalogada como Humillación.
"La humillación es el acto por el cual una persona es avergonzada generalmente en público", dice el diccionario y yo replicaría: creo que para ser humillado tiene que haber una audiencia que constate la vergüenza de uno. Por lo que considero que no es "generalmente" en público, sino forzosamente en público, aunque el público no sea mucho.
Así me siento; así humillada, así con un gran cilantro entre los dientes que no me puedo quitar y no importa cuantas muecas chistosas haga, cómo mi lengua se mueva, de todas formas ahí está ese pedazo verde que viola cualquier brillo en mi sonrisa.
Tengo la sospecha de que mi pareja se siente atraída hacia otro ser humano que no soy yo. Estoy muy segura, ya no sólo es sospecha. Ya no soy solo yo creyendo que traigo un cilantro entre mis risas, ya me lo hicieron notar. Ya hubo un público que constatara que al comer, no mastiqué bien y que un pedazo de planta se ha quedado en mi boca, posando ante todos, sin inhibición alguna. Ya he sido humillada.
Al principio parecía ser una locura. "Mi amor, creo que traigo un cilantro en el diente, mira" y abría la boca tan grande como podía, mi pediatra de la infancia se hubiera sentido orgulloso de mí, no era necesario utilizar un abate lenguas para que Tani mostrara su campanilla con un gran "aaaaa".
"Estás loca mi amor, no traes nada"; "Pero fulanita me dijo que sí lo vio, sutanito me dijo lo mismo y hasta Pepito, el de los chistes, se mofa de mi sonrisa verde"; "Claro que no, no traes nada, no seas exagerada".
Queridos lectores, si ustedes sienten que traen algo en el diente, es casi seguro que lo traen. Pero si le preguntan al taquero, lo más probable es que les diga que no, que están locos, que sigan tragando y le pongan más verdurita a su taco.
No me había importado mucho lo que fulanita, sutanito y Pepito me hubieran dicho. No me había importado hasta que esta mañana mi madre, quien estoy segura me ama y quien desea evitarme a toda costa humillaciones y corazón roto, me informó de lo que vio. Lo que vio yo ya lo había visto, pero "estaba loca", no había que hacerme caso.
Sí, soy una mujer celosa, pero no, nunca había visto cosas así. Nunca me había sentido así, siempre era yo la del cuerno, la del cuerno de unicornio que hacía lo que quisiera, lo que la hiciera feliz. Me la he pasado defendiendo este principio los últimos 15 años de mi vida, pero también me he sentido culpable de haber hecho sentir a otros tan mal, o haberlos humillado ante una audiencia conocida y común para ambos. Creo que en ambos casos, yo siendo el unicornio o yo dejando ver a otro como un toro cornudo, lo que más ha dolido es haberlo hecho delante de otros.
Estoy casi segura que lo que hace a mi último exnovio no perdonarme, no es el hecho de haberle dado el taco con cilantro, sino que todos le miraron el cilantrazo en la sonrisa. Eso es sumamente vergonzoso, y como ya dije anteriormente, la cura contra la vergüenza es sólo el tiempo, el olvido del episodio.
"Aguas hija, aguas, que la edad me ha hecho sabia, y lo que yo veo ahí seguramente existe. Aguas hija, no te lo mereces".
Cierto, no me lo merezco, pero tampoco me merezco sufrir haciendo lo que creo que debo hacer: ponerle fin a la situación, antes de que el teatro se llene, antes de que todos puedan ser testigos de mi cilantro.
Me duele el hecho de que el hombre que yo amo mire a otra dama con los ojos que antes me había dedicado; o que el tiempo aire de su celular lo utilice en un número que ni siquiera comienza con los dos dígitos míos. Me duele saber que aquella afirmación de que siempre habrá una mejor que uno sea real, y me duele estarlo presenciando. Pero lo que más me duele es que tenga que venir fulanita, sutanito, Pepito el de los chistes y mi progenitora a "hacerme ver" algo que yo ya he visto y he intentado pasar por alto.
No sé por qué, pero el temor de quedar como una pendeja es tan grande que creo se ha convertido en una fobia. "vermependejafobia" es el nombre del mal que me aqueja.
La civilización humana, en su infinita sabiduría, ha creado citas y frases célebres de dominio público y en casi todos los idiomas señalando lo mismo: "Si el río suena, es porque agua lleva".
A veces uno puede confundirse, a veces uno puede creer que escuchó un caudal de agua rabiosa y en realidad no ser más que una motocicleta avanzando a toda velocidad. Pero si ya dos, tres, cuatro personas escuchan al agua llevar, seguro es porque se trata de un río. Y este río está lleno de aguas negras que no sólo suenan, sino que apestan.
Como el animal social que somos, sólo queremos ser aceptados y que ese carnet de miembro de la sociedad venga acompañado de cupones de amor, que puedan ser canjeables y de por vida. Primero yo sólo quería que alguien me quisiera, luego, sólo quise que él me quisiera... Luego yo sólo lo quise, luego él también me quiso, luego llegó el río.
Sentirse rechazado es horrible, sobretodo por la persona que uno bautiza como "especial", como "novio" o "novia", "esposo" o "esposa", "amigo" o "amante. Sentirse rechazado es sentir que uno muere poquito, uno muere estando vivo, uno vive su muerte. Lo magnífico de la muerte "real" es que uno está muerto y por ende no puede sentirla, pero si uno muere vivo, chale, es cómo ser enterrado en el ataúd cuando aún se puede seguir respirando... Se siente como poco a poco se va acabando el aire, como el pecho duele, cómo el pecho duele tanto que parece se nos va a reventar. Lo malo es que sí se nos revienta, y sin anestesia.Y así empapados de sangre y sollozos, uno tiene que seguir viviendo, porque el puto corazón no deja de latir aún sabiendo que con cada latido nos mata viviendo.
Así pienso que me van a "poner los cuernos". Tal expresión viene de un cuento del siglo XV donde un pintor recién casado tiene que ir a cerrar algunos negocios con sus cuadros a un país lejano. Para asegurarse que su mujer no le olvide, le dibuja debajo del ombligo un corderito. La mujer sufre por la ausencia de su pintor y esposo, pero conoce a un amigo que le hace compañía. Primero todas las mañanas, después todo el día. Y pasa lo que pasa cuando dos personas conviven demasiado: se quieren, se enamoran o al menos se necesitan y se encueran para mostrarlo.
El dibujo del cordero se borra y presionada por el pronto regreso de su marido, la mujer le pide a su amante que le dibuje el mismo animal que tenía antes de haber sudado sobre su cuerpo. El amante lo hace, pero en lugar de un cordero dibuja un carnero.
El esposo vuelve y se da cuenta que el cordero de su mujer ahora tiene cuernos. Le puso los cuernos.
Así, mi cilantro reposa en mis dientes; mi río lleva aguas negras, y el dibujo de una yegua hermosa ahora se vuelve unicornio. Me cuesta trabajo creer que así pasó, que mi jinete me dibujó unicornio.
Quisiera que no fuera real, estar loca, y como loca, que nadie hubiese visto lo que yo ví.
Soy un unicornio, una yegua con cuerno, un unicornio al que algún otro ahora debe querer.